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K A R L IP S E R 241 dición. La isla se aisló e sp iritua lm en te de su raíz nu tric ia , en trando en un proceso de «tibetización» an ím ica de la mano de su Dalai- Lama, a la som b ra de una teocracia m onstruosa. Los católicos fue­ ron amo rdazados con mil coacciones o, más expeditivamente, «des­ pachados»: Tomás Moro, el Cardenal John Fischer y tan to s o tro s... El «Enrique V III» de Sh. es el espejo litera rio de una d ictadu ra. En la traged ia an tigua la Polis era una realidad e sta tal en ra i­ zada en lo m ístico donde se identificaban legítimamente lo hum ano y lo político: 2.000 años más ta rd e degenera —justificada p o r «el más grande de los poetas»— en un ap a ra to policíaco y en una u su r­ pación e sp iritua lm en te m onstruosa. Pa rticu la rm en te chocan te es la apo teosis shakesperiana de Isabel I (1558-1603), la reina que se au top roc lam a Regente sup rem a de aque­ lla iglesia esta tal y en 1559 de ste rrab a el cu lto católico m ien tras impon ía ob ligato riam en te, ba jo amenazas, el anglicano. Organizó sobre todo el país un sistema policíaco p a ra dob legar la población y denunciar a cuan tos no frecuen ta ran el nuevo cu lto impuesto po r el E stado . En 1564 se forzó a todos los funcionarios públicos a reconocer con ju ram en to la competencia de la reina en m aterias de religión y en 1593 se a rreb a tab a a los pad res católicos el derecho de educar a sus hijos. Los católicos no pod ían moverse sino en un rad io de 5 m illas de su domicilio. En 1570 d ieron comienzo las sang rien tas persecuciones con tra ellos. Los sacerdo tes fueron de­ c larados fuera de la ley, y, quien los ocu ltara, reo de a lta traición , al que se juzgaba y condenaba a to rtu ra s diabólicas. E n tre 1580 y 1603 pe rd ie ron la vida de esta fo rm a más de 200 sacerdo tes, m ien­ tra s un núm ero muy supe rio r fueron cruelm en te m artiz irados en las cárceles. E n tre los seglares católicos el núm ero de los que su­ frieron las penas ho rrib les de aquella ley es incon tab le. Nadie que confesara la an tigua fe podía e s ta r seguro de su lib e rtad ni de su hacienda y vida. La reina «virgen», incapaz de amor, pero celosa y envidiosa, no pod ía sopo rta r tampoco en este campo la superio ­ rid ad de o tra s mu jeres. Catalina Grey y María E stua rdo cayeron v íctim as de ese complejo. Y, como en toda época sin fe, no podía fa lta r en esta soberana el recu rso al ocultismo y la astro log ía. Como el de llevar, con tra la vejez, una ex traña medalla. O el de confiar, en v ísperas de su m uerte, que un exorcismo n igrom án tico p ro lon ­ garía su v ida... Pues bien, de este tipo de m u je r, de esta pieza única en lo «humano universal» (!), diez años después de m uerta, no ac ie rta Sh. a decir sino que «La reina de Sabá no amó tan to la sab idu ría y la v irtud como ha de am a rla el alma de esta n iñ a ... Duplicadas en ella se verán todas las regias perfecciones, p rop ias de estirpe tan señera, no menos que el co rte jo de v irtudes que

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