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G A B R IE L D E S O T IE L L O 2 0 9 Comparando el pensar con el creer, escribió: «¿Quién no ve que es an tes pen sar que creer? Pues nad ie cree nada si an tes no piensa que aquello es digno de ser c reído ... Non enim omnis qui cigitat credit» 4. Prosigue el Diccionario: «En la obra "La ciudad de Dios”, Agus­ tín desarro lló la concepción c ristiana de la h isto ria mund ial, en ten ­ dida en un sen tido fatalista, como resu ltado de la predestinación divina». Aquí queda estam pada o tra falsedad. Si ha hab ido algún pen sado r que haya defendido los derechos de la libe rtad ha sido San Agustín. La libe rtad es p a ra él un hecho, dado que toda vo­ lun tad es libre po r definición, de donde concluye, arguyendo con tra Cicerón, que si donde hay vo lun tad hay libertad , la m ism a p res­ ciencia divina de los actos vo lun tarios es una p resciencia de actos libres. ¿Qué es la vo lun tad sino un movim iento libre del alma en o rden a adqu irir o conservar algo? «Voluntas est anim i motus, co- gente nullo», escribió el Santo. No es posible com pag inar la acu­ sación de fata lism o con los textos explícitos de Agustín. Ni la pre­ destinación agustin iana tiene nada que ver con ese p retend ido fa ta ­ lismo, puesto que «no es o tra cosa la p redestinación de los san tos sino la presciencia y p repa ración de los beneficios de Dios, med ian te las cuales ce rtísim am en te se salvan los que se salvan» 5. A con tinuación se dice: «A la ciudad terrena , al m undanal E sta ­ do pecador, con trapone la ciudad de Dios, el dom inio mundial de la Iglesia». Ya tenemos, po r ob ra y g racia de los expositores m arx istas, con­ vertidas las «dos ciudades» agustin ianas en el E stado y la Iglesia, en fren tados en fo rm a irreconciliable. Pero todo esto es pu ra fan ­ tasía. Ni la ciudad te rren a es el Estado , ni la ciudad celestial es la Iglesia visible. En el genial libro del Santo de lo que se tra ta no es de dos sociedades emp íricam en te consta tadas, sino de dos categorías de personas, casi d iríamos que de dos razas esp irituales: la de aquéllos que viven inmersos en lo tem po ral y la de aquéllos o tro s que u san de este mundo, pero observando en todo el o rden de la ju sticia . Lo que en definitiva les separa es el amo r, y no una e s tru c tu ra social. Fueron dos amores los que edificaron las dos ciudades, un am o r recto, que edifica la ciudad de Dios y un am o r desviado que edifica la ciudad del mundo. Po r eso escribió aquella frase esp lénd ida: «si queremos saber qué tal es una determ inada sociedad, no tenemos más que fijarnos en las cosas que ama: u t 4. De praedestinatione sanctorum, II, 5. 5. De dono perseverantiae, X IV , 35.

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