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216 LA F IL O S O F IA C A T O L IC A V IS T A D E SD E LA U .R .S .S . do celeste se vio p rivada de todo fundam en to» (FFM, 168). De modo que el cielo astronóm ico queda, po r ob ra de magia, identificado con el cielo esp iritual de que hab la la teología. Como si p a ra la teología no existiese la m isma oposición en tre la tie rra y el cielo e sp iritua l que en tre este cielo y Sirio o Aldebarán. Y más aba jo nos dice que «allí donde sólo existía, según los teólogos, un mundo celeste ideal...» , Bruno sosten ía que estaban d ispersos innum erab les m un ­ dos, tan m ateriales como el nuestro . Pobres teólogos, tan ingenuos que llegaron a creer que los a stro s fo rm aban un «mundo ideal». La ac titud de la Iglesia «frenaba considerab lem en te los p rogresos de la ciencia, pero no pod ía d e stru ir la verdad recién descub ierta de que no existía ningún o tro mundo fuera del m aterial» . ¿Quién hizo ese sensacional descub rim ien to? Porque Corpénico y Galileo, que son aquéllos a quienes se lo a tribuye Konstan tinov , nunca pen­ sa ron en cosa semejan te, en la enorm e ton te ría de iden tificar los a stros con ideas o con cielos teológicos. Y tampoco lo pensó Newton al descub rir las leyes de la gravitación un iversal. Todos ellos adm i­ tieron a Dios, a un Dios d istin to del mundo, trascenden te al mundo y c reado r del mundo. Si al m aterialism o d ialéctico le in te resa con ta r con ascend ien tes de ilu stre e jecu to ria tend rá que buscarlos po r o tro lado. Pa ra convencernos de ese afán de inven tarse p recu rso res m ate ­ ria listas, tomemos este o tro texto: «Algunos nom ina listas en ten ­ d ían los un iversales como los conceptos o nociones que los hom ­ b res se fo rm aban de las cosas. Así se manifiesta la tendencia ma­ te ria lista en la filosofía teológica medieval» (FFM, 60). Aquí d d m aterialism o y nom inalismo aquél de Duns Escoto y Rogerio Bacon. Que los un iversales son fo rm alm en te conceptos o nociones que los hom b res se fo rm an de las cosas es doc trina de nom inalistas y de no nom inalistas. Que sean sólo eso, que no les co rresponda en las cosas una esencia metafísica, eso lo defienden todos los nom ina­ listas, o de jan de serlo. Los más extremosos los reducían a «flatus vocis», pero nada in teresa esa d iferencia en nuestro caso. Que con ello se m an ifestaba la tendencia m a te ria lista de la filosofía teológica medieval, es una conclusión cuya responsab ilidad cae en teram en te a cuen ta del a u to r de «Los fundam en tos de la filosofía marxista». «Claro está, sigue diciendo, que los nom inalistas no comprend ían la ve rdade ra natu ra leza de los conceptos, como generalización y re ­ flejo en la conciencia de los carac te res comunes que se dan en los ob jetos y fenómenos pa rticu la res, y con trapon ían lo general a lo pa rticu la r, sin ver la in terdependencia de ambos» (Ib ., 60). De lo que nos en teram os aho ra es de que el a u to r desconoce en su to ta ­ lidad la doc trina nom ina lista y, como el gen tilhom b re de Moliere,

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