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BERNARDINO DE ARMELLADA 111 Después de los saludos y alusiones británico-franciscanas de ri gor, Mons. Cardinale hizo notar que la «Alma Parens» era el primer documento papal oficial dedicado a la doctrina de Escoto desde que Pablo V, en 1610, le citó con elogio, y que el Congreso actual bien po día considerarse como un acto de reparación a la injustamente fal seada memoria de uno de los hijos más grandes de Oxford. Tomando pie de la carta de Pablo VI, insistió en la oportunidad de muchas ideas peculiares del pensamiento escotista en el panora ma de inquietudes de nuestro mundo. Señaló como gratuitas y cien tíficamente superadas las clásicas acusaciones contra Escoto de pan teísmo, subjetivismo y modernismo. «La edición crítica, dice, de las obras completas del Doctor Sutil, que es una de las más grandes rea lizaciones de nuestro siglo en el campo de la critica textual y que he mos de agradecer de un modo especial al P. Carlos Balic, nos permi ten actualmente leer y apreciar a Escoto en su propio valor». Menciona luego el fuerte sentido de lo individual en el francisca- nismo, traducido al lenguaje metafísico por el principio de diferen ciación e individuación escotista y que valora la individualidad de la persona frente a la prevalencia de lo universal que dominó el pen samiento del medievo. En los escritos escotistas aparecen los más sanos principios de la democracia: exaltación de la persona humana en su autonomía psicológica y en sus derechos básicos. Para apreciar plenamente la idea de Escoto sobre la personalidad —continúa el Pre lado— es preciso captar desde la raíz su doctrina acerca de la volun tad como facultad primaria, y de la preeminencia del amor sobre el conocimiento. La libertad de la voluntad es complemento indispen sable de la personalidad; y, puesto que el amor nace de la voluntad, la creación entera ha de ser considerada como una obra radicalmente de amor de parte de Dios. Bajo esta luz se ha de entender su perspec tiva grandiosa de la predestinación de Cristo, que hoy se refleja llena de sugestión en la construcción admirable de Teilhard de Chardin de un cosmos dinámica e irresistiblemente orientado a la unidad en Cristo. Genial y asombrosamente preciso fue Escoto en la demostra ción de la existencia y naturaleza del Ser supremo como Primer Prin cipio. Pionero se le puede considerar en temas tan actuales como la relación entre Escritura y Tradición, y la naturaleza, función y poder de los obispos en la Iglesia (defendió la auténtica sacramentalidad del episcopado contra el parecer de teólogos insignes), precisando bien el poder pleno del Romano Pontífice. En fin, que si Escoto ha sido rectamente llamado «un hombre para todos los tiempos», especialmente ejemplar por su actitud irénica, abierta y sintética frente a todos los problemas que toca, mucho más
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