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LUJJS SANCHEZ HERNANDEZ 93 Siempre será más difícil, naturalmente, en una parroquia de ciu­ dad por la abundancia de estos casos y la dificultad de encontrar quien colabore en este sentido con el párroco. Pero también es cierto que cuando se quiere, se puede. No se olvide que las realizaciones en este mismo sentido, a las que hemos hecho alusión, se han tenido en las ciudades y no en los pueblos. Asimismo, habría que tener también en cuenta todo lo dicho ante­ riormente sobre factores sicológicos y de relación entre fe y sacra­ mentos, para ver la utilidad o no utilidad de una tal celebración. Lo mismo que saber bien distinguir —lo que iría, sobre todo, al enfoque de la celebración— familias de familias: realidad religiosa de cada una de ellas y necesidades especiales en este sentido. Los temas en concreto: sus lecturas, cantos y oraciones, principal­ mente la pequeña pero imprescindible homilía deberán estar siempre en función de estos elementos señalados y ya analizados al hablar de la celebración como tal de la muerte cristiana. Sin embargo, tratando de la «vela» al difunto —aunque en cierto aspecto se trataría de una continuación en la celebración de la muer­ te que no acaba sino con la sepultura— se trataría más exactamente de una oración por el mismo, necesaria y siempre bendecida por la Iglesia; oración que los propios familiares y amigos del fallecido se­ rían los primeros en agradecerle al sacerdote. Sabemos cómo en España esta «vela» ha sido llenada de ordinario con una especie de cadena de rosarios muchas veces rezados entre el murmullo de los que en otra habitación contigua o en el corredor de la casa continuaban sus charlas banales y hasta frívolas...; cadena de rosarios, por otra parte, que no concluía sino nueve días después del entierro del difunto. Sobre el valor en sí —mucho más si ella va revitalizada de verdad en la Biblia y con la Biblia— de una tal oración, no hemos dudado nunca. Y pensamos que todo fomento de la misma entre los familia­ res y amigos con tal motivo es muy pastoral y positivo. Por lo tanto, si hablamos aquí de una especial Celebración de la Palabra, es precisamente con el afán de llevar, si se quiere, más acen­ tuada la liturgia a las casas, haciendo de éstas otros templos en los que se sienta y se viva la prolongación del parroquial, con el párroco o un delegado suyo allí presente. Lo que nunca se puede aprobar —con la encuesta y sin la encuesta en la mano— es lo que se venía haciendo: despreocuparse por com­ pleto el sacerdote del difunto, familia y amigos desde los últimos sa­ cramentos (cuando se llegaba a tiempo a éstos) hasta el momento del entierro. Una pastoral que no ambicionara más que eso: dar los últimos sa

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