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LUIS SANCHEZ HERNANDEZ 91 al enfermo tres veces —como es costumbre— el nombre de Jesús. Se­ ría asociar mejor al moribundo al acto redentor de Cristo. — La Salve (y no el CREDO), bien rezada por todos los asistentes, sería otra manera de ayudar a bien morir al enfermo, a bien entregar su propio espíritu en las manos del Padre por las manos de María. ¡Cuidado con querer prescindir de la Virgen con nuestros enfer­ mos y agonizantes! No nos equivoquemos. — La letanía de los santos —recitada sencillamente— hablaría de una entrega por la comunidad terrestre (familia y amigos reu­ nidos con el celebrante) del moribundo a la comunidad del cielo. — Las dos oraciones — las más ricas del ritual— con las que se cerraría este primer rito de una Celebración de la muerte serían su mejor resumen y conclusión. Alargar más este rito rezando otras oraciones o salmos nos parece sencillamente excesivo. En las encuestas y con las encuestas hemos fundado la razón de esta brevedad. A la muerte del enfermo —no antes— se iniciaría por el mismo sacerdote el rito propio de la muerte o segunda parte de esta Cele­ bración de la misma. Esto, como es natural, no será siempre posible, pues la agonía podrá prolongarse más de lo que se creyó al iniciar el otro rito. Si esto ocurriera, el sacerdote podría marchar y tenerlo o bien con la Celebración de la Palabra propia del tiempo de la «vela» al difunto, o bien al levantamiento del cádaver para el entierro. Pero si el sacerdote puede esperar a que el moribundo haya espi­ rado, será todo mucho más pastoral y fructuoso por más completo. Comprendería este rito de la muerte: — Una antífona a escoger, de marcado sentido pascual, que ex­ presara bien el gozo del cielo ante un nuevo miembro que les llega; la esperanza de la gloria y resurrección para el que acaba de morir; y la fe de todos los allí presentes en todo ello. — Se rezaría enseguida uno de los llamados salmos pascuales que estarían en el mismo origen de estos ritos. — Y la conclusión con una oración alusiva al momento. Como se verá, se ha contado en esta adaptación con los mismos elementos que se encuentran en el actual ritual (excepto la introduc­ ción de la Salve). Nada hay nuevo, pues, sino la división y agrupación de los mismos que ha obedecido sólo a la necesidad de que este rito de la CELEBRACION DE LA MUERTE CRISTIANA exprese de ver­ dad lo que todos estamos deseando que exprese. Otra fórmula de adaptación será en su día la que nos ofrezca el nuevo ritual que creemos estará en la misma linea de la estudiada aquí.

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