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LUIS SANCHEZ HERNANDEZ 89 se podrá hacer en este momento, sino celebrar esa muerte en el si­ lencio de la oración y la lejanía del que muere. 3) Saber distinguir siempre, por lo tanto, en tre familias cre y en ­ tes convencidas, poco practicantes y no practicantes. Una consecuencia clarísima de lo visto y razonado en el punto an­ terior. Dejarse llevar aquí por la fácil convicción de que en España todo el mundo aceptaría una presencia del sacerdote en los últimos mo­ mentos, no lo creemos acertado. La experiencia de muchos sacerdotes sobre el particular es la mejor razón. Pero si de hecho se sabe distinguir, y por abarcar menos se abarca mejor, será ya ello un estupendo resultado. 4) Una catequesis previa. Deberá estar siempre a la base de todo. Si los mismos sacerdotes no hemos entendido a veces, a propósi­ to de una celebración de la muerte, lo que en sí contiene el mismo ri­ tual actual, mucho menos los fieles. Y si los mismos sacerdotes estamos necesitando nuevas orienta­ ciones a propósito de una adaptación-renovación de la liturgia, mu­ cho más nuestros fieles. Estos, aún los mejor instruidos y formados, necesitan de toda una iniciación cada vez que la liturgia quiere celebrar algo con ellos y para ellos. Y quizá más que ninguna, una liturgia funeral. 5) En todo caso, saber orientar esos m om en tos en familia. Lo que no quiere decir que el sacerdote se limite sólo a consolar a los familiares y de vez en cuando a recordarle alguna jaculatoria al moribundo. Con una verdadera catequesis por delante, habrá que pasar, del mero estar allí, a una digna, santa y litúrgica celebración de la muer­ te, como vehículo de otros sentimientos, de otra fe, de otra resigna­ ción, de otro amor de familiares y moribundo. El sacerdote que aáste a un moribundo y pasa más tiempo reuni­ do con la familia en la habitación de al lado que CELEBRANDO de verdad esa muerte con la familia en torno al enfermo, estaría per­ diendo el tiempo.

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