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1 0 4 POSIBILIDADES HOY DE UNA LITURG IA FUNERAL Estamos de acuerdo con muchos de nuestra encuesta en que, qui­ zá, convenga prescindir del subdiácono en estas misas, visto el pa­ pel que desempeñaba antes: una nota más en la decoración archi- barroca de esta liturgia. Y si todavía en alguna parroquia hay que darle algún oficio al subdiácono, se le podría dar el de comentador cuando el celebrante mismo no asumiera este papel. El diácono, bien entendido, proclamaría siempre el Evangelio y di­ rigiría las preces de los fieles. d) El comentario, la homilía y las preces. Es particularmente importante en estas misas el comentario, siem­ pre bien centrado sobre el tema escogido en la celebración: muerte y resurrección, por ejemplo. No se trataría de ninguna disquisición teo­ lógica sobre el tema ni de ninguna finura poética, sino de concreti- zarlo a propósito de un cristiano que ha muerto, en y con los propios familiares y amigos que nos escuchan entonces. Si alguna vez el comentario en una misa puede ser más humano —debe serlo siempre— , más vital y lleno de dinamismo, es aqui. Se escoja el tema que se quiera, cabe darle siempre una concretez, unos limites que lo harán rico de verdad, interesante, oportuno y eficaz; que es lo que de él interesa. Tocando el tema apuntado —muerte y resurrección— un buen co­ mentario podría estar en esta línea: el cristiano ha empezado ya a morir el día del bautismo cuando resucitó a la vida de la gracia. Esta sembró en él una semilla de gloria mediante la Eucaristía, sobre to­ do. Hoy, nos reunimos con él, por eso, para celebrarla en otro signo de amor para nosotros y en otra realidad para él. Nuestro hermano, por lo tanto, vive porque murió ya cuando el bautismo lo hizo digno de la Eucaristía y de la gloria... Es claro que sobre estas ideas se puede y se debe volver —expla­ yándolas más— durante el curso de la celebración. Los momentos principales de este comentario estarían al princi­ pio de la misa, antes de cada lectura, al prefacio, canon y comunión. Debe ser siempre breve y preciso. La homilía que, por regla general, pronunciará el celebrante —ra­ ra vez el diácono— no podrá nunca ni deberá limitarse, nada más, a unas fáciles palabras de aliento o de consuelo. Esto, que no cuesta mucho, no es litúrgico ni pastoral. No puede ser nunca tampoco la misma para todos. Deberá tener muy en cuenta el tema escogido, los textos y el mis

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