PS_NyG_1967v014n001p0085_0108

98 POSIBILIDADES HOY DE UNA LITURG IA FUNERAL humano de sus feligreses, siempre pulsando la vida de su parroquia: las necesidades de sus fieles, sus reacciones, su fe, su mentalidad, su cultura, el medio ambiente en que viven, y ello le enriquece sin cesar a fin de darle a esta celebración en concreto otro dinamismo más pro­ fundo, más vital. Habría ya una base en el mismo rito de la procesión, que podría y deberá ciertamente revitalizar. ¿Cómo? Bien seguro que no limitán­ dose, nada más, a leer o cantar en castellano lo que se leía o cantaba antes en latín. Se podría muy bien revitalizar esta procesión con el rezo —si para el canto aún es muy pronto— de algunos salmos penitenciales, los que acentúan ese aspecto de marcha definitiva, de peregrinación feliz —lo que siempre ha supuesto penitencia y conversión— de un cristiano hacia la Jerusalén del cielo. Un color morado en los ornamentos —ya adaptado en algunas partes— ; estaría en perfecta consonancia con esta idea. Se trataría, a lo sumo, de dos o tres salmos. La manera práctica de rezarlos seria la siguiente: rezo de la antí­ fona, breve y sencilla, por el celebrante y que el pueblo repite; segui­ damente, una o dos estrofas del salmo rezadas por el sacerdote —na­ da impediría que lo hiciera también un laico— y de nuevo la antífona hasta terminar el salmo o los salmos. A la llegada a la iglesia, se se­ guiría el esquema ya analizado, si no hay misa, o el que analizaremos si hay misa. Esta manera sencilla y factible ayudará no poco a la renovación de una tal procesión allí donde ésta sea necesaria aún y cuyo mejor sentido litúrgico fue siempre: «conducir al difunto a la casa del Pa­ dre, representada en la tierra por el templo parroquial» 5. Procesión convertida, quizá en otro tiempo, en algo frívolo, porque nadie en­ tendía nunca nada ni sabia qué hacer mientras curas y sacristanes canturreaban los clásicos latines. Sí creemos que se puede y se debe ir a la pura y más bonita sen­ cillez de una sola cruz —no negra— que abra la procesión entre otros dos acólitos-ceroferarios, vestidos con túnica blanca. Nada de estan­ dartes ni de crucifijos. Nada tampoco de «paradas» para los responsos. Ello no será difícil, por otra parte, si hay una buena catcquesis a la base misma de esta renovación-adaptación. Los fieles comprenderán, sin duda, de qué se trata, dónde estuvo el equívoco antes y aceptarán —como nos consta que han aceptado— cualquier renovación o adap­ tación. 5. Maertens-Heuschen, ob. cit., 99.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz