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LU IS SANCHEZ HERNANDEZ 97 dido una adaptación breve y sencilla del entierro, según el Ritual ac­ tual, que sería otra celebración de la Palabra. Proponemos como canto de entrada el salmo 129 con su primera antífona: un salmo penitencial, pero lleno de esperanza, de consuelo; algo —por su mejor contenido y línea más pura— que cuadraría muy bien con la mentalidad del hombre de hoy, que lo cantaría fácilmen­ te haciendo con él oración. Dentro ya de la liturgia de la palabra, es siempre importante la monición inicial: ella enfocaría el tema de la celebración: esperanza en la muerte; la muerte «pascua» del cristiano; muerte y confianza en Dios; muerte y resurrección, y las intenciones que se le dieran a los Kyries como plegaria común inicial, que suplirían a las preces de los fieles de la misa. Una manera práctica de hacerlo, ya hemos di­ cho que la proponemos más adelante, al hablar de las preces de los fieles en la misa. Vendría luego la lectura —una sola en razón de la brevedad— siempre en profunda relación con el tema escogido: si la «esperanza en la muerte», 1 Tes., 4, 13-18, por ejemplo. Al no haber dos lecturas, habría espacio ya para el canto de otro salmo responsorial, al que hay que volver del todo. El ayudaría a me­ ditar lo leído y acabaría preparándole el clima a la homilía. Esta de­ berá basarse siempre en los textos tanto de la lectura como de los salmos. En el ejemplo propuesto aquí — «esperanza en la muerte»— ella debe hacer ver, en efecto, cómo la muerte cristiana nunca es un fin, sino el principio de otra vida que llegará en plenitud con la «parusía»; ante la cual ya cabe también otra esperanza y otro gozo. Cristo resu­ citado y glorioso es la garantía de ese gozo y esa esperanza nuestros. Después de redescubiertos los valores particulares de este elemen­ to de toda celebración litúrgica —nunca rito sin PALABRA— la ho­ milía, insistir más sobre ella nos parece inoportuno. Pero sí quere­ mos hacer constar, con la encuesta a la base misma de este trabajo, que la homilía está ya consiguiendo —en la liturgia funeral concreta­ mente— unos frutos pastorales estupendos. Habrá que tenerla siem­ pre en cuenta, por lo tanto. La excesiva, quizá, simplificación del rito de absolución al féretro y del rito de despedida obedecen al factor brevedad, imperativo hoy más que nunca en esta liturgia. Hemos hablado de un entierro en las ciudades. El caso no es el mismo tratándose de los pueblos pequeños o rela­ tivamente pequeños, en los que no se ve todavía necesidad de supri­ mir una tal procesión, aunque sí de renovarla. El párroco en un pueblo, por otra parte, está siempre más al nivel 7

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