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S . GONZALEZ DE CARREA 77 Este punto ha despertado mucho interés en los estudios moder nos en torno al cuarto evangelio. Una tesis extrema, negativa, está representada por la escuela bultmanniana y otros críticos indepen dientes como E. Sehweizer. Según esta opinión, el cuarto evangelio no reflejaría el cristianismo oficial y eclesiástico de su tiempo, sino más bien un círculo especial, en el que se apelaba únicamente al «espí ritu», en oposición a la Iglesia oficial. La Iglesia es una colección de individuos unidos a Jesús en virtud de la fe. La vinculación personal con Cristo es lo decisivo. Como pruebas se indica la falta del con cepto de Iglesia, la concurrencia que parece establecerse entre la fi gura idealizada del «discípulo amado» y Pedro, que representa el car go, lo institucional, el estrechamiento del mandato del amor al pró jimo por el amor a los hermanos, la supuesta tendencia anti-sacra- mental, la desaparición en Jn. del sentido de la historia de la salva ción, etc. El representante más destacado de esta actitud es hoy E. Kásemann 50. Algunos críticos se han atrevido, incluso, a negarle al «evangelista» la necesaria ortodoxia (H. J. Holzmann). Br. hace algunas observaciones previas que resultan interesantes. En primer lugar, nota que la omisión de ciertos términos técnicos eclesiales, característicos de cierta literatura neotestamentaria, co mo la paulina, puede obedecer en Jn. a fidelidad para con la tradi ción histórica evangélica, que está a su base. Muchos de ellos serían anacronismos en boca de Jesús. La observación es sólo parcialmente pertinente. Porque no podemos olvidar la libertad con que procede el autor en la presentación de los dichos y hechos del Señor, adaptán dolos a una mentalidad nueva. En segundo lugar, el argumento to mado del silencio no es siempre válido. El que Juan se calle escenas eclesiales puede explicarse tal vez porque las supone sobradamente conocidas. Si el evangelio fue escrito para mostrar a los cristianos que su vida en la Iglesia se enraizaba en el propio ministerio de Je sús, podemos sospechar que el autor da por conocidos las institucio nes y el orden eclesial y no siente necesidad de demostrar su impor tancia en la vida de la Iglesia. El acentuar la unión individual con Jesús, no significa que el «evangelista» se oponga a la Iglesia y a los sacramentos como posibles intermediarios, sino que intenta prevenir contra el formalismo, inevitable peligro de instituciones y prácticas establecidas. No es el desprecio a la Iglesia lo que le guía, sino el te 1. La eclesiología de Jn. 50. E . K aesem ann, Jesu letzter Wille nach Johannes 17, T ü b in gen 1966.
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