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S . GONZALEZ DE CARREA 67 contentado con hablar del «evangelista», sin aludir a su posible iden­ tificación. Es también sintomático que traten de dicha identificación después de haber abordado otros muchos temas. Sch. lo hace en el cap. 5, de los 10 que tiene su introducción, y reconoce que la cues­ tión debería ser tratada después de otros problemas, que él coloca más tarde. Br. lo hace en el cap. 7. Todo lo cual supone que, para los au­ tores, el tema tan debatido de la autenticidad joánica — la clásica «cuestión joánica»— ya no tiene ni se le puede dar la importancia que antes se le daba. Por lo menos, no se le puede tratar como si la inter­ pretación del evangelio dependiera de él. Hay otros puntos que son más urgentes y a los que se les debe dar precedencia. A este cambio de orientación en la exégesis católica han contri­ buido diversos factores: una nueva crisis y valoración de los testimo­ nios externos, que tanto influjo ejercieron siempre en la cuestión joánica, un nuevo examen y aprecio de los argumentos internos, in­ fluencia de los resultados obtenidos en la investigación sinóptica so­ bre los problemas de autenticidad, especialmente en lo que toca a la autenticidad de Mt., un desplazamiento de atención: del autor del evangelio a su formación. En definitiva, incertidumbre razonable en torno a la autenticidad joánica, puesta de manifiesto por una larga serie de estudios independientes y serenes, que desaconseja interpre­ tar a Jn. como si se tratara sin más de la obra de un apóstol, de Juan el Zebedeo. Sch. da comienzo al examen de la cuestión con imas observacio­ nes generales, de tipo orientador, sumamente interesantes para apre­ ciar debidamente, desde el punto de vista católico, los resultados a que llega su trabajo investigador. Ante todo, es necesario situar en su verdadera luz el significado y alcance que tiene para la fe el pro­ blema de la autenticidad joánica, para librarlo asi de asperezas in­ necesarias. ¿Por qué hay muchos que luchan en defensa de la au­ tenticidad del hijo de Zebedeo y por qué el Magisterio eclesiástico se muestra preocupado por el posible abandono de la posición tradi­ cional y clásica? No es, en primer término, porque con ello caiga, se abandone una tradición milenaria y venerada. Se quiere, más bien, defender la au­ toridad de la Biblia, y más en concreto la seguridad y obligatoriedad de la tradición conservada en Jn. acerca de la «apostolicidad» del úl­ timo evangelio canónico. Por otra parte, se debe admitir que la desconfianza con respecto a los resultados de la crítica racional y racionalista está históricamen­ te justificada. De hecho, los críticos radicales del s. xix y principios del xx negaban a Jn. todo valor histórico, considerándolo como obra tardía, de dudoso origen. Jn. perdía así toda autoridad como «evan

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