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V A L E N T IN MARTINO DE SOTO 7 cada religioso, quedan seriamente comprometidos en una tarea insos­ layable y esencialmente importante. La Iglesia cuenta con ellos para evidenciar ante el mundo su santidad escatológica, para adelantar ya en esta vida los albores del nuevo reino. Ello obliga a los religio­ sos a empeñarse con alma y corazón en vivir la razón de su ser de sig­ no, por el seguimiento efectivo de Cristo y la perfección de la caridad. El verdadero signo supone y exige la realidad de lo que se significa. En un mundo en que el humanismo naturalista mundaniza cada vez más el sentido de la vida, la vida consagrada adquiere de este modo una actualidad y una urgencia particulares, proclamando visiblemen­ te la esencial transmundanidad del destino del hombre. b) Exigencias de apostolado. No es nuevo esto de contraponer los religiosos a los sacerdotes diocesanos, con desventaja para los prime­ ros por lo que se refiere al apostolado. La vida religiosa apuntaría ca­ si exclusivamente al bien del individuo, mientras la vida sacerdotal estaría orientada a la comunidad cristiana. Pero estas y otras teorías se juzgan por si mismas, y ya no merecen que se les preste atención. La verdad es que, «solícitos de los intereses de Cristo» 21, los religiosos están esencialmente ordenados al bien general de la Iglesia 22. Lo exi­ ge así su consagración al ejercicio de la caridad perfecta. La vida apos­ tólica, en última instancia, no es sino el fruto espontáneo y necesario del amor a Dios y al prójimo. Nunca la caridad puede prescindir de ser amor de Dios y amor de los hombres; y quienes se consagran al amor de Dios, se consagran también necesariamente a la caridad fra­ terna, que irá creciendo en ellos al mismo paso y ritmo que el amor sobrenatural. «Por lo cual los miembros de cualquier instituto, buscan­ do ante todo y únicamente a Dios, deben unir la contemplación, para adherirse a El con la mente y el corazón, con el amor apostólico que les impulse a asociarse a la obra de la redención y a extender el reino de Dios» a. No extrañará pues que el Concilio ordene «acoplar conve­ nientemente sus reglas y costumbres a las exigencias del apostolado que desarrollan» 24. A la esencial apostolicidad que se deduce del ser de la vida religiosa como tal, habría que añadir, en la mayoría de los casos, la razón pro­ piamente ministerial del sacerdocio. En este punto no habría que te­ ner demasiado miedo a afirmar que la profesión religiosa resulta co­ 21. Perfectae caritalU, n . 4 : A A S 58(1966) 705. 22. « Y com o esta donació nde sím ism o h a sido a c ep ta d a p o r la Ig le s ia , sepan que ta m b ié n h a n quedado en tregado s a su servicio» (Ibid., n . 5, p . 704). 23. Ibid., n . 5, p . 705. 24. Ibid., n . 8 , p . 706.

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