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V A L E N T IN M ARTINO DE SOTO 13 Concilio les viene a dar sustancialmente la razón, poniendo como su­ premo criterio de renovación: la vuelta a la autenticidad del evan­ gelio. «Siendo, dice, la última norma de la vida religiosa el seguir a Cristo según el evangelio, ésta ha de ser la regla suprema para todos los institutos» 33. El texto es suficientemente claro para no permitir tergiversaciones. Hay pues que someter a los institutos a un juicio su­ premo, colocándolos frente a las exigencias del evangelio; es preciso desandar el camino de la trivialización, sacudir el lastre de los años, quizás de siglos, que padecen a lo largo del tiempo todas las realidades humanas. No se trata de restaurar materialmente unas formas de vida que hoy resultan imposibles. Lo que hace falta es una vuelta auténtica a lo formal del evangelio, al espíritu del evangelio, traducido en el len­ guaje y acontecimientos concretos de cada día. Este espíritu deberá estar alimentado por una espiritualidad primordialmente cristocén- trica: imitación y seguimiento de Cristo, que lleve paulatinamente a la meta de la suprema caridad. «En tan grande variedad de dones, todos cuantos son llamados por Dios a la práctica de los consejos evan­ gélicos, y la profesan fielmente, se entregan de una manera peculiar al Señor, siguiendo a Cristo, que, virgen y pobre, redimió y santificó a los hombres por la obediencia y muerte de cruz» 36. Y en otro lugar: «Procuren fomentar en toda circunstancia la vida escondida con Cris­ to en Dios, de donde dimana y se estimula el amor del prójimo para la salvación del mundo y edificación de la Iglesia» 37. Pero sin necesidad de recurrir a textos aislados, será preferible y más acertado el decir que todo el decreto está rezumando un espíritu intensamente cristológico. Con frecuencia se refiere al Cristo del evan­ gelio como al fundamento y modelo de la vida consagrada; y a la vez la vida consagrada se define como una marcha tras las huellas de Cris­ to. La castidad de los religiosos recuerda a los fieles la íntima y mis- tica unión de Cristo con su Iglesia 38; la pobreza los hace participar en el admirable y voluntario desprendimiento de Cristo de los bienes de este mundo 39; la obediencia representa la sumisión de Cristo a la voluntad del Padre con espíritu redentor 40; la vida en común asegura 35. Ibid., n . 2b, p . 703. P a ra los franciscanos no ofrece d em as iad a novedad este suprem o c rite rio . S. F ran cis co condensaba así la R e g la de sus fr a ile s : «L a R e g la y v id a de los F ra ile s M e n o res es é s ta : guardar el santo evangelio de N u estro S eñ o r Jesucristo». 36. Ibid., n . 1, p . 702. 37. Ibid., n . 6 , p . 705. 38. Ibid., n . 12, p . 707. 39. Ibid., n . 13, p . 708. 40. Ibid., n . 14, p . 709.

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