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Í62 SHAKESPEARE, POETA DEL «ESPLENDIDO AISLAMIENTO» vital unilateral. El hombre ha quedado así bloqueado en los confines de lo divertido, de lo «interesante»: Una verdadera depauperación existencial. La ficticia y fugitiva verdad de las apariencias ha sido glo­ rificada como si fuese la realidad definitiva, y el teatro convertido en tinglado de lo irreal, en festival de apariencias y antesala del cine; o puesto servilmente a los pies del régimen y del éxito inmediato. No hay en él ningún afán de superar lo temporal, ni asomo de culto y respeto del hombre a lo Divino; sino interminable oratoria y parlo­ teo acerca del mundo, de sus efímeros señores, así como de sus múl­ tiples dolorcillos... \Fascinatio nugacitatis\ Shakespeare tomaba sus argumentos y caracteres de donde podía; pero preferentemente del pasado reciente, del presente, de la historia local inglesa y de la antigüedad. Ninguno de sus personajes es de propia invención ni tampoco tema alguno es original ( a los 28 años era llamado por su rival, Robert G r e e n , «arrivista, verdadero perrillo de toda boda, que se adorna con nuestras plumas»). El autor-actor- empresario (manager) componía los apetecidos comentarios a su tiem­ po y los pasatiempos que eran del gusto de la autoridad; en medio de intrigas, dificultades financieras e impresión a plazos,. No lo «huma­ no universal» en el espacio y en el tiempo, y por ello supraespacial e intemporal, sino lo inglés del momento, referido a los reyes gober­ nantes. César, Desdémona o Yago son tan solo nombres donde se camu­ flan ingleses; y Roma, Milán, Verona, Viena, las Ardenas y Dinamar­ ca reemplazan a Londres, Glasgow, Escocia, Inglaterra. Y si el director de la biblioteca shakespeariana «más rica del mundo» cree que el poeta cesó, desde un determinado momento, de retratar a los «malva­ dos tradicionales», ello se debió precisamente a que el gobierno, la Corte y el público estaban hartos de lores, príncipes y reyes agitadores y asesinos, y pedían otra cosa. También Mozart o Beethoven compu­ sieron con una finalidad determinada y aun por encargo, y, no obs­ tante, crearon algo de valor universal. Pero el Requiem de Mozart, o la Pasión según san M a teo, de Bach, tienen tema y contenido supra- temporales, a saber: lo religioso-cristiano. Mientras que los persona­ jes de Shakespeare —Troilo y Crésida, Romeo y Julieta, Hamlet y Ofelia, Macbeth, Lear...— , nunca pasan de ser sucesos privativos de Inglaterra, aunque los protagonistas se vayan turnando. Basta evocar rápidamente algunas secuencias de sus dramas. Contemplad a la esposa del príncipe Eduardo junto al féretro de su marido asesinado. El repugnante asesino se acerca cojeando y lo­ gra seducir allí mismo, con unos pocos cumplidos, a la afligida viuda. «¿Fue nunca una mujer pretendida en esta disposición?», exclama cínico y triunfante. Mas ¿qué es esto? ¿Lo eterno en el hombre? ¿La mujer inglesa? ¿O un monstruo aún mayor que el patizambo Satán,

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