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KARL IPSER Í6Í usos del momento más que por intima vivencia e inspiración personal. Ese destino circunstancial para un teatrucho de arrabal, sin pensar que fueran nunca impresas, sino sólo recitadas «hic et nunc», deter­ minó el hecho de que, con frecuencia, fueran publicadas varias déca­ das después de ser representadas y a tenor del recital. En 1575, Robert D udley , para complacer a su regia querida Isabel hizo actuar en Ke­ nilworth a semejante compañia de cómicos: Es posible que William, a la sazón de 10 años, asistiera a esas exhibiciones de las que, según los expertos, quedan reminiscencias en La Tempestad, y en Sueño de una noche de verano. El 7 de febrero de 1601 pusieron en escena los conjurados con el conde de Essex la deposición de Ricardo II, de Sha­ kespeare; porque en tal día, por la tarde, había de estallar contra la reina una conjura. Esta fue descubierta y terminó con la liquidación de los cabecillas Essex y Southhampton, mecenas de nuestro poeta. Los actores eran considerados en aquella época como picaros, va­ gabundos y degenerados. En 1572 les fue permitido agruparse en com­ pañías y distraer con representaciones a los magnates, aristócratas, a palacio y a cuantos pagaban, sin excluir las tabernas del suburbio. Era un trabajo duro, fuera de la sociedad. Los actores tenían que ser una especie de criadas para todos, como con amarga ironía lo dice Shakespeare por boca de Polonio: «Son los mejores cómicos del mundo, tanto en lo trágico como en lo cómico, en lo histórico como en lo pastoral, en lo pastoral-cómico, como en lo cóm ico-pastoral; en lo trágico histórico como en lo trági- co-cómico-histórico-pastoral, escena indivisible o poema ilimitado» 7. En el arrabal de la ribera meridional del Támesis, poblado de va­ gos, prostitutas y rateros, se abría en 1596 el teatro «El Cisne», y en 1599 «El Globo», posteriormente «Teatro de Shakespeare». Las compañías y escenarios particulares se hacían dura competencia, se ri­ diculizaban y denigraban sañudamente en sus piezas. De ese medio ambiente provienen las gráficas descripciones shakespearianas de los bodegones y burdeles de Falstaff. Claro indicio de que el teatro de Shakespeare tiene algo de bárbaro, antihelénico, anticlásico, preocu­ pado como está por reproducir las aberraciones y desvíos de su am­ biente y en la estrechez de lo cotidiano. No existe para él ese «otro mundo», al que el hombre tiende por naturaleza, el mundo de los va­ lores del espíritu, de la transcendencia y de lo cristiano; realidades que, al parecer, no existen para Shakespeare. Esta dimensión esencial del hombre ha sido sustituida por la re­ producción de las bagatelas del instante o por realidades de un medio 7. Hamlet, II, 2. Trad, de Astrana Marín, 3.‘ ed. Madrid 1945. il

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