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160 SHAKESPEARE, POETA DEL «ESPLENDIDO AISLAMIENTO» lismos, banalidades y fantasías inverosímiles; como también sus hom­ bres y mujeres neuróticos, las expresiones y perogrulladas; ceremo­ nias, duelos, escenas de asesinatos y batallas; en una palabra: todo lo í'ílmicamente interesante por ser visualizable, palpable, sensorial: prácticamente todo cuanto un espectador o lector imparcial hubiera censurado al poeta Shakespeare. No trata Shakespeare de otra cosa. Por eso el cinematógrafo no necesita ya desplazar de sus argumentos lo transcendente, metafísi- co, religioso o supraterreno. Condición que tiene la ventaja de permi­ tir a cualquier director o adaptador introducir de su cosecha en esos dramas y farsas cuanto ellos o sus clientes quisieran posteriormente ver. El vacío interior de las figuras shakespearianas es un reclamo pa­ ra ponerlo por obra. Así hay adaptaciones indias, egipcias, japonesas, soviéticas: Shakespeare está fuera de la auténtica tradición occi­ dental. III. EL SHAKESPEARE HISTORICO Y EL CARACTER GENUINO DE SUS OBRAS Semejante culto y halo místico han oscurecido y dificultado la apreciación exacta del origen, condición y posibilidades de Shakes­ peare. Su padre fue, sucesivamente, interventor de cervezas, guardia, comerciante, matarife y baile. En 1570 contrajo deudas, perdió su au­ toridad y el muchacho William —que tenía, además, otros siete her­ manos— , hubo de abandonar la escuela para ayudarle en el trabajo. Sabemos que el chico, a los trece años, declamaba sonoramente ante una ternera degollada y gesticulaba marcialmente blandiendo cuchi­ llo y maza (es lo que más tarde harán muchos de sus personajes: declamar, gesticular, matar). Como su padre, hábil hombre de nego­ cios, también el joven Shakespeare ascendió de simple comparsa a actor, y de ahí a autor teatral y luego a copropietario de un escena­ rio de arrabal. El provinciano tenía olfato para ventear lo que intere­ saba a los londinenses y, además, se acomodaba con el Poder. La gente quería, entonces como hoy, divertirse: ya que lo pagaban, querían saciarse de experiencias excitantes. Nuestro William vivía, pues, de su trabajo, de lo que escribía o re­ fundía (piezas ajenas), que a veces él mismo representaba o di­ rigía. Era su propio intérprete, escribiendo para sí o para la compañía en que actuaba, para su propio escenario y público. Ganancias: cinco libras por obra refundida. De ahí que sus dramas y comedias sean obras de ocasión, surgidos por motivación local —aniversario, corona­ ción, bodas— , o escritas por orden de un mecenas y de la Corte: para

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