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K A R L I P S E R II. ORIGEN DE ESTA EXALTACION 157 No fue ciertamente Shakespeare quien se consideró «el poeta del universo», ni tampoco lo vieron así sus contemporáneos, quienes sólo le reconocieron un autor con éxito, o refundidor de piezas que llena­ ban el programa. Por el contrario, B en J onson lamentaba que Sha­ kespeare hubiera dado tanta importancia a sus insoportables ampu­ losidades barrocas, que no suprimiera ni una línea; aunque hubiera sido mejor para su obra tachar millares de ellas. Levin S chucking , el patriarca de la lengüística alemana, ha puesto en claro, al fijar los limites del realismo y de lo primitivo en la técnica de Shakespeare 4, que esos dramas, escritos según el gusto barroco inglés de su tiempo, no se deben en modo alguno a un espíritu poético «divino». A los ro­ mánticos alemanes se debe el tópico, gustosamente admitido y propa­ gado por los ingleses, de que los personajes «insulares y tibetanos» de esos dramas y sus problemas, preocupaciones y pasiones, encarnan lo humano universal. Ellos han sido quienes han abierto el camino de la fama mundial al folklorista Shakespeare y puesto el fundamento a una idolatría que hoy ha tomado formas tan extremosas. Los poetas S chlegel y T ieck vertieron en forma atractiva y accesible a todos la ampulosa sonoridad barroca de Shakespeare, haciéndole palatable al gusto europeo. Su traducción es más convincente e incluso de más eficacia teatral que el original inglés. Queda aún bastante afecta­ ción en boca de personajes rígidos; prolijas explicaciones donde no hay nada que explicar, o en lo que está a todas luces descabellado; comparaciones e imágenes arbitrarias, agudezas convulsivas y juegos de palabras, que quizá una vez produjeron buen efecto y divirtieron al público a orillas del Támesis; pero que, para nosotros, resultan cha­ bacanerías aburridas. George O r w e l l se ocupa de los descuidos gramaticales de Shakes­ peare, de sus incesantes invectivas, alusiones a consortes engañados, de su hinchado patetismo verbal en su ensayo «Lear, Tolstoi und der Narr», donde escribe: «Puede inferirse de las palabras de Pistol (en el Enrique V) lo fascinado que estaba Shakespeare por la sonoridad de la expresión. Lo que Pistol dice carece, en realidad, de importan­ cia. Sin embargo, analizados aparte los renglones, resultan versos de la más grandiosa retórica. Sin duda que por la cabeza de Shakespeare vagaban, como fantasmas, castillos de palabras hueras, rimbomban­ tes sinrazones, que iban tomando cuerpo y que él se vio precisado a encamar en personajes semiestúpidos, a fin de darles un destino a­ 4. Die Charachterprobleme bei Shakespeare, 1932.

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