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l is FEIJOO Y LA FILOSOFIA rno una meta a la que no se ha llegado todavía. Al menos, podemos decir que no es igual el tono vital que se respira en la obra feijo- niana y en la obra de los enciclopedistas: Feijoo mira la ciencia nue­ va más que como algo conseguido por su España, como algo que brilla en el horizonte. Era preciso superar obstáculos para llegar hasta ella. No hay duda de que la nueva ciencia aparecía en la mente de Feijoo como algo que difícilmente se ligaba a la filosofía mantenida por él: a la escolástica. Feijoo hace hincapié en lo que nos dice Or­ tega que no es precisamente rasgo definitorio de los enciclopedistas: es subrayar constantemente la importancia del método, del camino para llegar a un saber fundado de la naturaleza. Para los enciclopedistas no había menester de investigación en filosofía, porque la filosofía ya estaba lograda en plenitud. Feijoo no dedicará su actividad a indagar, sino a lo que nos describió como una obra de «desmonte». Su actividad se consagra a deshacer errores, a hacer camino a la verdad en el pueblo. Y en este punto coincide con una de las cosas que con más ahinco hicieron los hombres del siglo de las luces: hacer que la luz de la verdad llegara al pueblo. Tener prisa, como rezaba la frase de Diderot, en que la filosofía se tomara popular, penetrara en las masas, infundiéndoles un nuevo sentido de la vida frente a la autoridad y a la ciencia, consagrada por la tra­ dición. Hay una rebeldía en todo este siglo xvm ; hay un afán de dar apoyo al pensamiento y a la ciencia, sin acudir a los recursos empleados por los filósofos del xvn, que apoyaban las leyes del pensar y de la conducta ética en algo transcendente al hombre, en algo absoluto. El siglo xvm buscará afirmar la cultura en la razón, que es algo idéntico a decir que tratarán estos hombres de hallar el apoyo para el desplie­ gue de las funciones del espíritu en el hombre mismo. Ahora es la razón la que manifiesta su imperio: es la crítica, el purificar la visión del mundo de todo lo que lleva consigo de tradición, de adherencia. La autoridad, sea la que sea, resulta arbitraria en sus exigencias, si no está basada en último término en la verdad. De ahí el que el hombre creyente del xvm aceptara con dificultad —con dificultad histórica, mejor; ya que la perspectiva que entonces se vivía no era favorable a la fe en una revelación— la autoridad, si esta autoridad no estaba refrendada por la verdad misma. La preocupación de esta última fun- damentación era más visible en estos hombres amantes de la crítica y de la razón.

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