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JESUS ALVAREZ ARROYO 1 5 3 nida como un hacer lugar a la verdad; por otro, por el lado que mira a la fe, podremos decir que su labor estaba centrada en hacer un claro en la maraña de la religiosidad de sus contemporáneos, para una vi­ vencia sincera y sólida de la fe. El alma del pueblo iba sobrecargada con las mil leyendas, con las mil tradiciones que el tiempo va dejando al pasar, también en lo que se refiere a algo tan permanente, tan recio, como es la vida de fe. Tal vez, por esto mismo: porque la vida de la fe tiende a eternizarse, a permanecer en los mismos datos de siempre, porque lo recibido no puede fallar; tal vez por esto, las adhe­ rencias se hacen más persistentes, más duraderas, más difíciles de curar. La religión, como una navecilla, ha de hacer la travesía entre dos escollos: la superstición y la impiedad 89. Este afán feijoniano de ver la defensa racional de la religión, no le quita de confesar que para él uno de los criterios válidos a la hora de enjuiciar una doctrina, aun filosófica, es la religión misma. Nada que se oponga a ella, será admitido por el Padre Maestro 90. ¿Cómo puede asentarse la crítica feijoniana en un terreno neutral, si la discriminación de la filosofía, la realiza por su relación a la reli­ gión? Porque Feijoo desciende a algo que está muy por debajo de toda filosofía, como hemos indicado: Feijoo en su apologética, más que en el plano del pensar filosófico, se mueve en el plano de las eviden­ cias naturales, en el plano del sentir sensato de las gentes. c) Actualidad de la reforma de la enseñanza de la filosofía. La condición que Marañón atribuye a Feijoo, y que por si sola po­ dría constituir uno de los más bellos títulos, es la de maestro. «Porque Feijoo fue ante todo un gran maestro, de los que lo son para todos y para siempre» 9!. Creo que Feijoo se muestra como tal en esta reforma que propone de la filosofía (y también de la medicina, que nosotros hemos dejado a un lado, por no ser asunto nuestro el tratarla). Se muestra como hom ­ bre ducho en la enseñanza, y además, como hombre que mira y re­ mira los resultados, en orden a la realidad misma, en orden a la pro­ pia función de la ciencia, que es escudriñar los secretos de las cosas. Frente a una filosofía que se había constituido como un mundo de objetos independientes, consistente en sí y por sí, Feijoo quiere una filosofía ágil, dispuesta a plegarse a todas las sinuosidades de lo real, siguiéndole sin desfallecer jamás, con la idea de que en ese lanzar a 89. Ib. Carta 11, pp. 161-162. 90. Cartas Eruditas, t. 5, Carta 2, p. 125. 91. M a r a ñ o n , G., La evolución de la gloria de Feijoo, p. 9.

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