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JESUS ALVAREZ ARROYÓ 143 Feijoo dedica todo un discur .5 0 de su Teatro a tratar de este asun­ to, ya de un modo positivo. Aunque el tono mismo nos indica que se trata más bien de poda que de otra cosa. Se titula así este discurso: De lo que conviene quitar en las Súmulas. La lógica, a juicio de Feijoo, está sobrecargada. Y esto es un contrasentido, porque es un contrasentido que la ló­ gica, que es un instrumento del saber, se haya desarrollado, olvidando su condición de instrumento. En los demás casos, los instrumentos miran siempre la acción a la que se subordinan, y en esta subordi­ nación se despliegan. Pero a la lógica se la ha cultivado, sin esta mo­ deración. «Si la lógica es un arte instrumental, cuyo fin es dirigir el enten­ dimiento, para adquirir las demás ciencias, no veo por qué se hayan de tratar en la lógica con tanta difusión, cuestiones totalmente inú­ tiles para ese fin. En aquellas oficinas donde se fabrican los instru­ mentos de varias artes mecánicas, no se trabajan sino precisamente aquellos que tienen algún uso en ellas. ¿Por qué en las aulas de la lógica, que son las oficinas de los instrumentos mentales, con que ha de trabajar el discurso en las materias de otras ciencias, se ha de sudar en cavilaciones, que jamás han de servir, ni en la física, ni en la teología, ni en la medicina?» 66. En otra ocasión Feijoo nos previene contra el peligro que resulta de ese instrumento que es la lógica, en manos de un necio. Es un modo de desvirtuar la eficacia del verdadero ingenio. Una medianía, blan­ diendo la espada de la lógica, aparece ante el público como un hom­ bre excepcional, cuando el que tiene la razón tiene que retirarse con el bochorno de haber sido vencido, de no haberse podido dejar oír del auditorio. «En orden a la barahunda de reglas de modales, exponibles, apela­ ciones, conversiones, equipolencias, etc., ¿qué profesor hecho, para mostrar o la fuerza de su argumento, o la verdad de su respuesta, re­ curre a tales reglas? Sólo los pobres principiantes, o porque no saben otra cosa, o porque no les ocurre otro modo de proseguir el argumento, echan mano de aquellas fruslerías; las cuales, tal vez, ocasionan el gravísimo inconveniente de acreditar a un mentecato y deslucir a un docto, con la ignorante multitud de los asistentes; cuando aquél, por tener en cuenta estos argadillos, se mete con el argumento en ellos, y éste que del todo los ha olvidado y apenas entiende ya ni aun i . La lógica. 66. Ib., t. 7. Disc. 12, p. 325.

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