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JESUS ALVAREZ ARROYO 1 2 5 tas. El año de diez asistí en una de estas comunidades de Oviedo a un acto de filosofía, en que se defendía una opinión de Escoto sobre ma­ teria primera. Tocando argüir a un jesuíta, que había leído algo de la célebre cuestión sobre los tres sistemas del mundo de Ptolomeo, Copér- nico y Tico Brahe, empezó su argumento con estas voces: systh em a thom isticum materiae primae, etc. Extrañó la voz systh em a al actuan­ te, extrañóla el presidente, extrañáronla cuantos estaban en el aula, grandes y chicos, como se reconocía en sus gestos, porque nunca tal habían oído. Sobre todo, el actuante hubo de espiritarse, y aún no sé si después publicó que había estado para decirle al Padre: ¿qué llama? ¿ S i-e s -tem a ? N o -e s-tem a , Padre mío, que aquí no disputamos por te­ ma, sino por razón. Lo que va de tiempos a tiempos! Ya la voz siste­ ma, como también fen óm en o , no sólo suena en las aulas, mas en los estrados y aún en las cocinas; pues hasta una guisandera, si contra su esperanza se le estraga algo de lo que adereza, sabe decir que es un fenómeno raro, y nada conforme al sistema común» >9. Todavía hoy la palabra crítica nos evoca mil peligros, y se hace sospechosa. Sin duda alguna, por el formidable impulso que la función crítica cobra con la filosofía kantiana, y por los resultados demoledo­ res que esa actividad crítica parece tener inexorablemente en el cam­ po de la metafísica y en el de la religión. Todavía hoy la palabra crí­ tica no es tan inocente ni se ha extendido tanto que llegue a ser léxico acostumbrado entre las guisanderas. Es cierto que las otras dos voces —sistema y fenómeno— han perdido todo lo que pudieran inspirar de desconfianza. Tal vez nada sea tan significativo, para comprender el estado aní­ mico de los escolásticos del tiempo de Feijoo, como el hacer un reco­ rrido con el sabio benedictino por los motivos que justificaban —o creían que justificaban; que ahora poco nos importa si de hecho eran motivos sólidos o no— su actitud mental de conservadurismo, de fide­ lidad a Aristóteles. Lo hago así, porque será tocar de este modo el ner­ vio mismo de una conducta intelectual, que no está precisamente mi­ rada en un individuo o en otro, sino más bien nos da un perfil socio­ lógico. Se trata más bien de un comportamiento de clase, con todo lo que esto lleva consigo de presión sobre el alma y la conducta de cada cual; pero que significa una realidad innegable que todos senti­ mos y que fácilmente también sabemos calificar. Trataré de ser breve en esta enumeración de motivos, fuera de alguna razón que me parezca, por más sugestiva, ser interesante el darla más en detalle. 19. Ib., pp. 268-269.

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