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A L E J A N D R O D E V IL L A L M O N T E 3 1 9 los conceptos en que exponemos las verdades básicas de la fe cris­ tiana. La explicación que Robinson nos da sobre esta «secularización» hay que tenerla a la vista para matizar las ideas más importantes ex­ puestas en el ’’H on est to G od ”, que acabamos de comentar. La «secularización» se distingue, primeramente, por su despreocu­ pación completa respecto a todo lo que sea expresión metafísica de la verdad cristiana. Si el contenido evangélico puede o no ser expre­ sado en categorías metafísica es cosa que Robinson no sabría decir (p. 37). Lo cierto es que el hombre actual «secularizado» no cuenta más que con las realidades intraterrenas, intrahumanas (p. 39). La teología no debe intentar decir algo sobre las realidades metafísicas en sí mismas, sino sólo su referencia a la vida y a la acción personal (p. 40). Caso ejemplar sería la doctrina teológica sobre el Dios per­ sonal. Sobre el en sí de Dios, Robinson se muestra desinteresado y hasta escéptico. «Dios nos es conocido por lo que El hace. Y lo que la teología describe y analiza es el círculo de las experiencias exis- tenciales en las cuales se nos da a conocer la obra de Dios» (p. 41). Igualmente la doctrina de la Trinidad no quiere ofrecernos un mo­ delo de lo que la vida divina es en sí: «Es una definición o fórmula para describimos lo que hay de especificante cristiano en el encuen­ tro del hombre con Dios» (p. 41). No es que Robinson abogue por una Trinidad puramente «económ ica»; pero tampoco quiere que la doc­ trina trinitaria sea una descripción de la esencia o naturaleza divina en sí misma: Es la descripción de Dios en cuanto se nos revela en Cristo; el «nombre cristiano» que el creyente ha de dar a la realidad última tal como a él se le revela y la vive (p. 42). Saliendo de aquí inevitablemente caemos en el triteísmo o en el sabelianismo. El hombre «secularizado» rechaza también la imagen suprana- turalista del mundo y de Dios. No es que niegue a Dios; lo que se niega a admitir son las categorías mentales «supranaturales» en que se le ofrece la doctrina sobre Dios (p. 43). La visión supranaturalista del mundo y por tanto de Dios y de todo el ámbito de lo religioso ha sido dominante durante siglos. Muchos creen que si prescindimos de estas formas mentales supranaturalistas nuestra afirmación de la existencia de Dios cae por su base. Robinson no lo cree así. Nos pa­ saría como con las narraciones del Génesis sobre la creación y ori­ gen de las cosas. Cuando comenzaron a ser impugnadas, a base de la ciencia moderna, se creyó que las bases de nuestra fe se empezaban a resentir. Ahora el contenido de fe se ha desglosado de la imagen an­ tigua del mundo y la fe no ha hecho sino enriquecerse (p. 45). Para el hombre secularizado no tiene sentido preguntarse por la existencia o n o existencia de un ser, esencia o naturaleza más allá

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