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334 «HONEST TO GOD», UN LIBRO RESONANTE subjetivismo ni superamos el agnosticismo. Entonces sólo queda li­ bre el acceso por vía «afectiva»: por las exigencias de la acción, de la libertad humana que nos impulsa al encuentro con el otro y, en última instancia, con el Tu divino, base y sentido de todo nuestro encuentro con el hombre en las relaciones interhumanas. Robinson anda bastante seguro por este camino. Sin embargo, el encuentro con Dios a través del otro, del mundo y del hombre espe­ cialmente, no resulta nada fácil y está cargado de problemática in­ seguridad. Efectivamente, el otro que nuestra libertad necesita para reali­ zarse está cargado de enigmas. El otro tiene para mí un significado plurivalente: El otro puede ser para mí simple «cosa-objeto», puede ser «persona», puede ser «prójimo» y en lenguaje teológico, puede ser el hermano, el hijo de Dios en Cristo, como yo mismo... Pero tam­ bién puede ser otras muchas cosas: puede ser «tropiezo», impedimen­ to para ir a Dios y en el caso más extremo puede ser mi «infierno». No es pura literatura la frase de Sartre: «el infierno son los otros». No es, pues, nada fácil incidir con el otro en aquella vertiente en que nos lleve a Dios-Amor como ultimidad de nuestro ser. Robinson diría que el otro nos lanza hacia Dios cuando nos entreguemos a él con amor sacrificado. Pero aun entonces la solución no es clara. ¿Quién me dice a mí que mi entrega al otro no es una forma camuflada de subjetivismo afectivo, de egocentrismo insuperado? Pero suponga­ mos que he logrado el perfecto altruismo de mi entrega al otro, to­ davía la salida, el trascender al prójimo para llegar a Dios (sin aban­ donar al prójimo) caminando hacia el fondo del ser mismo del otro, no me lleva, sin más, a Dios. Puedo quedarme para siempre en un amor al hombre, en el humanismo más o menos perfecto. Claro que para esto mismo la «tendencia Robinson» tendría su respuesta: Dios se ha anonadado en el mundo, especialmente en el hombre. Este anonadamiento me lo ha revelado Dios en el NT., en Cristo. Este anonadamiento implica el que Dios ha renunciado al amor, la gloria y servicio directo, al menos, de los hombres y les ha dicho: Amadme y servidme ahí, en mis cosas y en mis hombres que son vuestros hermanos. Ni yo os exijo más, ni vosotros me necesitáis para otra cosa. El problema así planteado resulta altamente interesante y exqui­ sitamente matizado. Digamos brevemente que esta «religión de la humanidad» ni en última instancia, como es claro, pero tampoco en primera instancia es querida por Dios. Dios, aun después del anona­ damiento (kenosis) de la Cruz, no ha dado su gloria a nadie. Sería «desendiosarse», perder su categoría de Amor «señorial» y «santo». Jesucristo no es, primariamente, el «Hombre para los otros». El NT.

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