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ALEJANDRO DE VILLALMONTE 333 ro, es indudable que aun el hombre científico y técnico de nuestros días admite que las realidades vitales humanas son inexpresables en cate­ gorías «científicas» tomadas de las ciencias físico-matemáticas. Espe­ cialmente las relaciones interhumanas del encuentro, la amistad, el servicio generoso, el amor nadie pretenderá sujetarlas a fórmulas idén­ ticas a las reacciones químicas. Seguro que las cartas que un joven in­ geniero escribe a su novia no serán mucho más «científicas» que las escritas por un amigo suyo que estudie la literatura del romanticismo. Lo que si es indispensable es que las verdades de fe las exponga el teólogo para la misma finalidad para la que fueron reveladas por Dios: «ut boni fiamus», como dice san Buenaventura. O para estimulamos a la «praxis», que es el amor recto de caridad, según dice Duns Escoto. La función especulativa y la expresión conceptual de los dogmas es po­ sible y legítima; pero nunca debe hacerse prevalecer sobre la finali­ dad propia de las verdades de fe: ordenar al hombre a la caridad de Dios y del prójimo. La afirmación de Bonhoeffer de que el cristianismo no debe ser ’’religioso” la repite con frecuencia y con gusto Robinson. La termi­ nología no es nada afortunada. Se presta a hacer una caricatura de lo que comúnmente se entiende por «religión» o hacer juegos de pa­ labras en cosas importantes. De todas formas la buena intención de esta expresión es clara y su contenido de fondo no es desacertado. Al «religionismo» de Robinson tal vez nosotros podríamos llamarlo, en nuestra terminología corriente, religiosidad «beata» y, usando ter­ minología monástica, podríamos hablar de un cristianismo «obser­ vante» en el peor sentido de la palabra. Este cristianismo de «estre­ cha observancia» merecería ser estudiado entre nosotros y, sobre to­ do, ser superado valientemente. El cristianismo y la religiosidad «ob­ servante» en general se caracteriza por la tendencia a esconderse egoístamente en Dios, con olvido y hasta desprecio de los compromi­ sos y obligaciones contraidas con las realidades terrenales y especial­ mente con los demás hombres, precisa y exclusivamente por ser cris­ tianos. Según frase de Peguy «como no tienen valor para ser del mun­ do creen que son de Dios... Porque no son de los hombres creen que son de Dios. Como no aman a nadie se creen que aman a Dios». Hasta qué punto se dé entre nosotros este cristianismo y religio­ sidad «ausente» del mundo y que teme comprometerse con los proble­ mas peliagudos del hombre y de la sociedad, es tema que merece la reflexión. Parece seguro que Robinson no quiere saber nada de las posibili­ dad de una expresión metafísica de las verdades reveladas. Menos aún les concede «valor» auténtico y positivo en orden a vivir más honda­ mente la vida humana integral. Por vía intelectiva no salimos del

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