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A l e j a n d r o d e v il l a l m o n t e 329 a lo que son para los hombres. Robinson no negarla en absoluto la «realidad en sí» de Dios; pero a los hombres nos interesa sólo el «para nosotros» existencial. Lo demás carecería de valor, o sería in­ controlable. No interesa lo que Dios «es», sino lo que Dios hace en nosotros. No sería esta una concepción «subjetiva» de las verdades de la fe, sino más bien «funcional» y relacional; positivamente deses­ timativa del contenido «óntico» de las verdades (pp. 37-45). Un caso especialmente importante y significativo es la doctrina robinsoniana de la Trinidad. No es que propugne una Trinidad pu­ ramente «económica»; pero se desinteresa del posible contenido de la vida intima de Dios y no da valor más que al hecho de que nos­ otros estamos vivencialmente introducidos por la fe en la caridad del Padre, la gracia de Jesucristo y la comunicación del Espíritu. Tam­ poco hay que pensar que el dogma sea una creación subjetiva del espíritu humano. ¿Qué es, pues, la Trinidad? Robinson niega que po­ damos hablar aquí de tres Personas, como Dios tampoco puede ser llamado persona. Afirmación difícil de mantener cuando se ha dicho que Dios es «un amor personal». Siempre vuelve en Robinson el mis­ mo falso presupuesto: al no admitir ningún acceso cognoscitivo a la realidad sino en el campo de las «ciencias naturales», con lo demás sólo nos ponemos en contacto por el camino de la vivencia, en con­ creto por y den tro de la vivencia interpersonal de la relación yo-tú. Lo que hay más allá de esta relación vivencial no podemos decirlo (p. 49). Las afirmaciones teológicas no tendrían valor sino en cuanto son expresiones de mis vivencias existenciales sobre la realidad, sin posible trasferencia a un contenido de realidad anterior, independien­ te y superior a tales vivencias. Lo que llamamos «objetividad» del conocimiento de Dios y de las realidades teológicas sería indemostra­ ble y, desde luego, carente de interés (pp. 49-55). De todas formas Schillebeeckx procura atenuar las consecuencias extremas a que ló­ gicamente podría ser llevado Robinson. Tiene éste su aspecto de ra­ zón desde el punto de vista de una teología «negativa» legítima, que declara insuficientes nuestros conceptos sobre Dios. Más aún, si Ro­ binson tiene prevención y hasta rehúsa el término de «persona» apli­ cado a Dios, sería con la intención de evitar la carga metafísica que tiene la palabra; pero no habría por qué desestimarla para una expre­ sión precientífica, misionera y casi diríamos popular de la fe, que es lo que al obispo le interesa. Con esto nos veríamos abocados el problema general de las formas de expresión de la creencia en diversos niveles y en diversas menta­ lidades. ¿Hasta qué punto estamos ligados a las fórmulas bíblicas de expresar los contenidos de la fe( p. 66-77); y hasta qué punto las ca­ tegorías bíblicas son norma de toda ulterior formulación de la creen

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