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326 «H O N E S T T O G O D » , U N L IB R O R E S O N A N T E «personal», sino del Absoluto, aunque sea bajo la denominación de Amor-Agape. En Robinson la vida religiosa pierde trascendencia y se queda, no sólo en primera, sino también en última y definitiva ins­ tancia, en un trato y encuentro con la realidad terrena, con el hom­ bre y las cosas. El misterio le Dios se hace revertir sobre el hombre y las cosas (p. 34). Robinson habla del «fundamento último de nues- to ser» al cual el hombre se sentiría religado. En este sentido Robin­ son supera el ateísmo humanista; pero eso no es hablar de Dios, aun­ que Dios sea el fundamento de nuestro ser. Hay que concebir a Dios en forma más completa y precisa como «persona», que por su decisión libre fundamenta nuestro ser y nuestro obrar. Con esta ocasión re­ cuerda Schillebeeckx la doctrina teológico-filosófica del alcance de nuestro conocimiento respecto de Dios, por vía de negación, de afir­ mación, de eminencia. Si no se afirma un conocimiento objetivo y real de Dios por las solas fuerzas de la inteligencia no es posible fun­ damentar razonablemente la religión (pp. 35-38). La «tendencia-Robinson» que busca a Dios en dirección puramen­ te horizontal, implica el peligro de un concepto de Dios simplemente «funcional»; como si Dios no tuviese sentido para el hombre sino en cuanto ser fundamentante o en su «función» de fundamento de las cosas y del hombre. Y no es así: Dios tiene un «En-Sí» sustantivo, más allá e independiente de su «función» de fundamento último del encuentro interhumano. Y nosotros podemos estar seguros de la exis­ tencia de este «En-Si» de la realidad de Dios. Por eso, el hombre no sólo está llamado a encontrarse con Dios en la intimidad de las cosas y de la vida humana, sino también a un encuentro más directo y per­ sonal. Él hombre y las cosas son sólo camino. Este encuentro es posi­ ble ya en el plano de una legítima religiosidad natural, pero se com ­ pleta en el encuentro que Dios mismo prepara acercándose al hombre por la fe (pp. 41-46). Y después de haberse encontrado con Dios es cuando siente el hombre más honda responsabilidad, desde Dios, pa­ ra preocuparse por las cosas de Dios y por los hombres hechos a su imagen y semejanza (p. 46). Todo esto acontece en forma real y le­ gítima, aunque incompleta, en el orden mismo natural; pero se com ­ pleta en el plano de la revelación cristiana (pp. 46-51). El obispo Robinson miraría con indiferencia y escepticismo estas cumbres metafísicas y de alta teología a que Schillebeeckx ha con­ ducido la discusión. Pero creemos justificado y necesario este recurso a las últimas verdades, si el diálogo se ha de llevar con altura y si se quiere que las conclusiones de orden más concreto tengan la indis­ pensable solidez científica. De esta fundamentación insegura se re­ sienten continuamente las afirmaciones de Robinson todo a lo largo

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