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A L E J A N D R O D E V IL L A L M O N T E 323 ñas. Estas «andadas» de Dios en el mundo han sido el tema de todas las leyendas y mitos religiosos paganos o cristianos: Dios disfrazado y de incógnito viene a visitar a los mortales. El destino de éstos se decide según la forma en que reciban a Dios, peregrino en el mundo. Tal sería también el sentido último de la parábola de Mt. 25, 31-46: la acogida que se dio a Cristo presente en el hombre necesitado, de­ cide sobre la suerte eterna de cada hombre (p. 117). No hay inconveniente —pensamos nosotros—, en buscar la tras­ cendencia por todos los caminos de este mundo y a través de todas las exigencias de la convivencia interhumana, mientras el hombre no se olvide de que es «viador», que va «de este mundo al Padre». H. Gollw itzer (pp. 118-124) propone algunos reparos a la obra de Robinson .Este quiere predicar el evangelio en una forma accesible al hombre moderno; pero corre el peligro de hacerla innecesaria, ya que parece que todo lo que habia que decir lo encuentra el hombre en sí mismo (p. 122). El criterio de la predicación debería ser el que ésta sea «auténtica», no precisamente el que sea adaptada a la men­ talidad de un tiempo y de fácil acceso. Al hablar de las formas an­ tiguas de proponer la idea de Dios, Robinson parece juzgar demasiado ingénuos y primitivos a hombres como Agustín, Tomás de Aquino, los grandes teólogos y místicos cristianos. El encuentro con Dios en la «hondura de nuestro ser» y en la comunicación con los demás hom­ bres, tal vez el obispo R. se lo imagina demasiado fácil. No son raros los hombres que en el fondo de su ser encuentran abismos demonía­ cos; y en el trato con los demás hombres encuentran el infierno: el in fierno son los otros, según frase de Sartre. ¿No sería el de Robinson un cristianismo demasiado fácil? (p. 118). Para J. Schneider el libro de Robinson es uno de los testimonios de que ha comenzado ya la «desmitologización de Dios», como conse­ cuencia de la desmitologización de la Biblia que está en curso desde hace años. En este caso, como en los demás, la desmitologización lle­ va consigo una drástica reducción de todo el contenido de la fe cris­ tiana. La doctrina de Dios se reduce a una frase: Dios es el funda­ mento de nuestro ser, que en última instancia es amor. La cristologia a la fórmula: Cristo es el hombre para los otros. La eclesiologia a la afirmación de que el cristiano es un hombre para los otros hombres. La moral a la célebre frase de san Agustín: ama y haz lo que quie­ ras; porque nada hay mandado sino el amor. Queda patente el empobrecimiento que esto supone en relación con las ricas formas de expresión de la Biblia. Además, Robinson no dice nada del «miste­ rio de iniquidad» que opera en el mundo y, sobre todo, en el corazón el hombre (pp. 142-148). El teólogo católico H. Fries reconoce el impulso auténticamente

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