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A L F R E D O Z E C C H IN 309 tegración personal más tarde; pero en sentido contrario a los com­ promisos adquiridos. Salgamos al paso a una posible objeción. El psicólogo no sostiene que tal individuo tenga derecho a discutir su propia elección inicial, o sea, la vida religiosa que está siguiendo: esto es competencia siem­ pre del iluminado director de espiritu o de quien pueda valorar en el plano jurídico-moral la presencia en todo caso de la capacidad y de la obligación de adherirse a las cargas asumidas. El Instituto de investigaciones psicológicas se ha fundamentado válidamente en deducir, de los signos gráficos, algunas enfermedades de orden psiconervioso, que no se manifiestan en el momento del exa­ men en el comportamiento del sujeto. Los religiosos también son hom­ bres y sufren el desgaste psiconervioso capaz de arruinar la salud mental. Es un hecho cierto y bien probado, aunque poco conocido, que existe entre sacerdotes y religiosos un número elevado, en por­ centaje, de enfermos mentales o por lo menos de desequilibrados psí­ quicos (P. G. Grasso, «Sociología religiosa»). Prescindamos de las cau­ sas, de origen múltiple, que tal vez favorecen en la vida consagrada aquellas enfermedades (un género de desambientamiento respecto de la generalidad de la humanidad circundante con reacciones psi­ cológicas especiales, etc.) 6. El psicólogo de la escritura que percibe los signos de disposición a determinadas reacciones surgidas como consecuencia de situaciones especiales, puede dar consejos encaminados a una adaptación de las condiciones ambientales, y a la asignación de una actividad especial para el sujeto, que descargue algunas de sus reacciones y permita compensaciones. D) Toda ascética, dentro y fuera del Cristianismo, ha insistido en la necesidad de conocerse a sí mismo como premisa del autodomi­ nio, mientras que para alguna cultura ha sido ése el ideal supremo del sabio («conócete a ti mismo»). La psicología moderna, sin em­ bargo, especialmente la psicología profunda, sabe lo difícil que resul­ ta conseguirlo. (Un escritor italiano actual imagina que el deseo del asceta es el de poseer más bienes celestiales que los demás; por lo cual sería un egoísta. Sin llegar a tamaña ilusión, la persona que se lanza a la consagración de la propia vida, puede incurrir en otros en­ gaños...). La ascética cristiana ha sugerido y practicado para triunfar en tal intento la meditación y la dirección espiritual, medios insus- 6. M. L e c l e r c q , en suppl. «Vie Spirituelle», 1961 y 1962, desarrolla un amplio examen de ese fenómeno y de las causas que lo provocan.

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