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A L E J A N D R O D E V IL L A L M O N T E 243 Sin embargo, hay una forma de la Palabra que no ha mere­ cido toda la atención debida por parte de los que trabajan en impulsar el crecimiento de la Iglesia. Me reñero a esta forma de la Palabra de Dios que llamamos Teolog ía : la exposición cien­ tífica y sistemática de las verdades de la fe. Corremos el peligro de que un practicismo apresurado nos lleve a preocupamos ex­ clusivamente de aquellas formas de apostolado que tienen un éxito más visible y una resonancia más amplia. Pero, en su diá­ logo con el hombre y con la sociedad actual, la Iglesia no puede menos de poner especial empeño en dialogar con los grandes representantes de la alta cultura contemporánea. La Iglesia ca­ tólica está fuertemente arraigada o al menos en continua co­ municación con los pueblos que marchan a la cabeza de la cul­ tura moderna. Tenemos el hecho desfavorable de que los gran­ des genios creadores de ideas en los últimos siglos no proviene de la Iglesia católica, incluso en muchos casos la desconocen o le son hostiles. Ej diálogo con esta minoría selecta es de extra­ ordinaria importancia. En las altas esferas de la cultura brotan y maduran las ideas que luego circulan por el gran público. Por desgracia, desde hace siglos los grandes pensadores sienten es­ peciales dificultades para creer, desatendidos por la acción pas­ toral de los sacerdotes. Y no sólo los intelectuales que están fue­ ra, sino aun los creyentes. Como la gran cultura de los últimos siglos ha sido adversa, en general, a la Iglesia católica, se ha creado entre nosotros un miedo secreto a los intelectuales y has­ ta el abandono de las altas tareas científicas. La tarea de tratar con estas minorías selectas de los hombres cultos pertenece a esta forma de la Palabra de Dios que llama­ mos Teología. Por eso, juzgamos necesario que, al hablar de la eficiencia de la Palabra en la edificación de la Iglesia —hacia dentro y hacia fuera— no omitamos esta forma concreta de la Palabra que llamamos teología. La Palabra científico-teológica tiene una función edificadora de la Iglesia, y no es lícito deses­ timarla. Cierto que la teología no produce la fe en los hombres cultos ni en ningún otro. Pero, la tradición católica ha conce­ bido siempre la palabra teológica como una ampliación de la palabra revelada que aceptamos por la fe. Nuestra teología ha de ser siempre una teología edificadora de la Iglesia, desde el momento en que es una ciencia que nos habla de Dios, en cuan

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