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A L E J A N D R O D E V IL L A L M O N T E 211 do, y el individuo está considerado alli como una piedra vivien­ te en el conjunto del templo (I Pet. 2, 4-10). Sin embargo, también hay textos en que Pablo quiere hablar de la edificación de cada uno de los fieles: Sigamos lo que fo ­ menta la «edificación de irnos para con otros» (Rm. 14, 19; 15, 2). Y más explícitamente en I Tes. 5, 11: «Animaos recíproca­ mente y edificaos el uno al otro como ya lo hacéis». Desde luego que Pablo está lejos de todo individualismo re­ ligioso y de un concepto «pietista» de edificación, que mirase primordialmente al provecho del individuo y al fomento de su piedad personal interna, afectiva. Sí, Pablo piensa en los indi­ viduos, pero siempre los ve incorporados a Cristo, a la Iglesia, nunca aislados. Al mismo tiempo, la Iglesia no es una «colectivi­ dad» que absorba a los individuos y los anule como tales. La su­ peración del individualismo religioso y del colectivismo en el concepto de «edificación» está en que ya se edifique el indivi­ duo, ya se edifique la Comunidad, siempre es Cristo el que crece. Crece el templo que es la Iglesia, pero también cada uno de los fieles es templo de Dios (I Cor. 3, 9; ibid. 16-17). En ambos casos el templo de Dios que se construye es el Cuerpo glorioso de Cris­ to. Finalmente, para comprender con más precisión las relacio­ nes entre comunidad e individuo como objeto de la edificación, hay que tener en cuenta que ésta se realiza en la caridad. Ahora bien, la caridad-agápe, es una fuerza divina que, en la misma medida en que impulsa al cristiano a comunicarse y tender ha­ cia la Comunidad, en esa misma medida le enriquece interior­ mente y le hace lograr su mismidad como ser sobrenatural. El cristiano, enraizado en la caridad de Cristo, es un «yo» que no se realiza sino en la medida en que se entrega a un «tu», que es su prójimo y, sobre todo, Cristo y el Padre. Es fácil reconocer que la « edificación » del Cuerpo de Cristo haya de tener un sentido escatológico bien marcado. Pero, pre­ cisamente por eso, hay que afirmar que la edificación está en marcha desde ahora, desde este «tiempo último», que comienza con la resurrección de Jesús. El crecimiento del Cuerpo de Cris­ to implica un movimiento ascensiónal de los hombres que van llegando al encuentro de Cristo glorioso hasta que se encuentran todos incorporados a El (Cfr. Ef. 4, 7-16; I Cor. 15). De momento no necesitamos alargar más estas reflexiones

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