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20 8 P A L A B R A , C U L T O Y T E S T IM O N IO . Cristo mismo es para gloria del Padre (I Cor. 3, 23); lo mismo que toda la acción soteriológica culmina en el acto de entrega del universo conquistado cuando «el mismo Hijo se someterá al que le sometió todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (I Cor. 15, 28; cfr. ibid., 24-28). Y, si bien el Padre es el que obra todo en todos, sin embargo la acción más específica de El es po ner a Cristo como piedra angular (Ef. 2, 20). Obra sorprendente del Señor, si se tiene en cuenta que Jesús había sido desestimado por los constructores del edificio (Hech. 4, 11-1; I Pet. 2, 4-10). Pero, en realidad, no hay otro fundamento sólido sino es este que el Padre ha puesto (I Cor. 3, 11). Expresando la misma idea bajo el simbolismo el Cuerpo, la tarea propia del Padre es el «recapitular todas las cosas, celestiales y terrestres, en Cristo; es decir, ponerle a El como Cabeza de todo lo visible e invisible, ángeles, hombres, el universo entero (Ef. 1, 10-22; 4, 15. Col. 1, 15-20; Col. 20, 19). Finalmente, ya en un lenguaje más alejado de la metáfora podemos decir que la acción del Padre se con densa en manifestar al mundo el misterio de su amor carita tivo, su afáxri en Cristo, la decisión amorosa de salvar a todos los hombres en Cristo (Col. 1, 13; Rom. 5, 8; Ef. 1, 1 ss.; 1, 22; 2, 4 ss.; 3, 2 ss.; Col. 2, 2-3). La obra de Cristo está condensada en dos fórmulas pregnan- tes de contenido. La Iglesia se edifica en Cristo y para Cristo. La misión de Piedra angular viva que el Padre ha asignado a Cristo hace que todo el edificio crezca en El como en su propio espacio vital. Por otra parte Cristo es la Cabeza que busca su propia expansión vital en la adquisición, asimilación y alimen tación de nuevos miembros según el designio de Dios (Col. 2, 19). Todo crecimiento en los fieles se hace según la medida de Cristo, según la donación de vida que Cristo glorioso reparte di versamente desde el cielo. Todo lo que Cristo da lo ordena a su propia edificación y crecimiento, como quien aspira a poseer un cuerpo bien formado, hasta llegar al desarrollo pleno que le conviene como a varón perfecto (Ef. 4, 7-16). En realidad cuan do los creyentes se incorporan a Cristo y crece la Iglesia, es el mismo Cristo que va echando cuerpo, según su realidad glorio sa y «espiritualizada». La acción del Espíritu Santo también queda bien destacada ba jo los símbolos del Templo y del Cuerpo vivientes. Porque si ere-
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