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CARLOS BAZARRA 111 Fuera de esto, creo que la obediencia ciega y la obediencia dialo- logada .se han de entender en este sen tido : como dos aspectos com ­ p lementarios. La obediencia ciega rechaza las dificultades que se oponen al acto de obedecer, es una actitud m ás bien negativa, de defensa de la m ism a obediencia. La dialogada tiende a comprender adecuadamente el contenido del precepto para aceptarlo y someterse a él m á s fielmente. Es una actitud positiva. En una escala de valores y gradualmente, yo las colocaría de esta fo rm a : para contrarestar la desobediencia, inculcar la obediencia ciega; conseguida la obediencia ciega, llegar a la obediencia dialogada, que supone una mayor con ­ form idad de juicio que la obediencia ciega. En rigor, el objetivo ha de centrarse m ás que sobre una obediencia ciega o dialogada, sobre una obediencia «cristiana», que es la direc­ ción ú ltim a que debe llevar la obediencia: no en conformarse con éste o aquel superior, sino con Cristo. «El obediente no busca coincidencias m a tem á ticas con el superior, sino una coincidencia y una adhesión tota l con y a la Verdad y el B ien , concretizados en Cristo, puesto que la coincidencia m a tem ática con el superior implica el grave riesgo de engendrar una actitud inhu­ m ana y apática» 43. Como resumen y en orden a lo pedagógico, opino que se debe tratar de formar m ás por vía de persuasión y convencim iento que por vía de autoridad. A veces los jóvenes se entusiasman y guían fácilm en te por el m é­ todo au to rita tivo : tienen cierta necesidad de un líder, de un je fe que los cau tiv e : si lo encuentran , lo seguirán ciegamente. Pero a la larga, como método formativo, hay que crear en ellos ideas y motivos de acción que les sirvan para siempre, sin necesidad de que un superior esté constan temente m andando, y darles ocasión de iniciativas y res­ ponsabilidad. Con la obediencia ciega como medio ordinario se for­ marían autóm a tas y no hombres ni cristianos. «El superior — dice el ya citado P. Constantino Cabeza— que exi­ giera obediencia ciega hab itualm ente, por sistema, no respiraría muy orondo en su conciencia, n i contaría numerosos éxitos» 44. Y e l P. Federico Raurell tiene este interesante p á rra fo : «A m e­ nudo los claustros se han poblado de demasiados a quienes de esta virtud solamente se les ha enseñado el obedecer como cadáveres, in ­ capacitándose después para actuar como hombres y, mucho menos, como cristianos. A menudo se hace uso del térm ino obediencia con 43. P. Raurell, art. c., p. 266. 44. L. C„ p. 224.

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