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GABRIEL DE SOTIELLO 81 la ciencia positiva. Pero donde term ina el mundo de la ciencia posi­ tiva com ienza o tra región de la realidad, la región trascendente, de la que se va a ocupar «la gran ciencia de Dios». «Todas las ciencias particulares, por necesidad de su in terna econom ía, se ven hoy apre­ tadas contra esa línea de sus propios problemas últimos, que son, al m ismo tiempo, los primeros de la gran ciencia de Dios». He aquí el resumen de este ensayo, tan tas veces citado y no sé si analizado alguna vez. Al term inar su lectura salimos con la sospecha — si no con la convicción— de que Ortega no alude para n ada a un Dios trascendente y personal a lo largo de todo el artículo. Es cierto que hab la de trascendencia: pero esta palabra es una de las más am ­ biguas del léxico filosófico. El pensam iento es trascendente respecto del sen tido : el hombre es trascendente respecto del an im a l: la filosofía es trascendente respecto de la ciencia. Y eso sin hablar de la tras­ cendencia en sentido gnoseològico. ¿De qué trascendencia hab la Orte­ ga en esta ocasión? Contrapone «este mundo» (el entrecom illado es de él) al ultramundo. Pero «este mundo» no es, sin más, el mundo contingente, creado, de que hab la la teología y la filosofía cristiana. «Este mundo» es simplemente la cara que la realidad circundante da a noso tros; es la porción del universo que nos es patente. Por eso el ultramundo es tan porción del universo como lo es «este mundo» ; la diferencia es de orden gnoseològico, no ontològico. Y por lo m ismo las ultim idades a que Ortega se refiere son ultim idades respecto de la ciencia positiva y nada más. Para Ortega «mundo es sensu strido lo que nos afecta» (V II, 416). «El mundo es lo vivido como tal» (X I I , 425). El que las religiones hayan personalizado ese u ltramundo y, con ­ sigu ientemente, establecido una peculiar relación con él, es asunto que incumbe sólo a las m ismas religiones. No se cierra aquí a una aceptación del Dios trascenden te: pero tampoco lo afirma. Hay un molesto equívoco en Ortega cuando hab la de Dios, y este equívoco estorba en ocasiones a la clara comprensión de su pensa­ m iento. A veces reserva el nombre de Dios para el ser fundam en tal en cuanto ese ser fundam en tal es ob jeto de los actos de religión. Otras veces llam a Dios al ser fundam en tal tal como lo estudia la filosofía, como ocurre en esta ocasión. De todos modos creo que estamos en presencia de un avance de O rtega en cuan to a la idea de Dios. En 1915 se hab ía pronunciado a favor de un inequívoco su jetivism o respecto de lo divino. «Mirando en nuestro interior, buscamos entre cuanto allí hierve lo que nos parece m ejor, y de eso hacem os nuestro Dios. Lo divino es la ideali­ zación de las mejores partes del hombre, y la religión consiste en el culto que la m itad de cada individuo rinde a su otra m itad, sus por­ ciones ínfimas e inertes a las más nerviosas y heroicas» (II, 554). 6

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