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80 DIOS Y LO RELIG IO SO . se sirve de conceptos teológicos para ilustrar un pensam iento suyo, sin que ello implique el que se haga responsable de la afirmación de lo que esos conceptos expresan. Cuando se apartó del catolicismo, su a lejam ien to de toda religión fue tan radical que se quedó sin Dios. Hubo una época en que Ortega dejó de creer en Dios. «Los dioses son lo m ejor de nosotros m ismos, que, una vez aislado de lo vulgar y peor, tom a una apariencia per­ sonal» (II, 58). La divinidad queda, por tan to, reducida a una proyec­ ción en un ser con «apariencia personal» de lo que hay de m ejor den­ tro de nosotros. Pero, m ejor que recoger textos aislados, voy a selec­ cionar algunos pasajes más importantes, donde el tem a de D ios es abordado con cierta extensión y no sólo de paso. El primer texto va a ser aquel famoso artículo del «Espectador», titulado «Dios a la vista». Fue publicado en 1927, y en él nos hab la de que hay épocas en las que Dios llega casi a desaparecer del hori­ zonte, m ien tras en otras emerge muy visible y próximo el acantilado de la divinidad. «La hora de ahora es de este linaje y procede gritar desde la co fa : «¡D io s a la v is ta !» . , Nos advierte que esta cercan ía de Dios no es de orden religioso, al m enos n o lo es necesariam ente. Aunque las religiones tienden a acaparar a Dios, el tem a de lo divino es también un asunto profano. Frente a los actos de fe, de am or, de plegaria, de culto, hay acerca de Dios actos mentales perfectam en te a jenos a la religiosidad. «En este sentido cabe decir que hay un Dios laico, y este Dios, o flanco de Dios, es lo que ahora está a la vista». Hasta ahora no tenemos nada que objetar, ni siquiera tiene por qué escandalizar la expresión de «un Dios laico». Se puede perfecta ­ m ente aplicar esta expresión al llam ado «Dios de los filósofos», al que estudia la teología natural o teodicea. Lo que empieza a inquietar seriamente es la explicación en que diluye luego su pensam iento. El universo es como un inmeso pano ­ ram a patente ante noso tros: pero en cada hora sólo percibimos una porción del m ismo. «Cada época es un régimen atencional determ i­ nado, un sistem a de preferencias y de posposiciones, de clarividen­ cias y de cegueras». El positivista n iega todo lo que no sea primer plano, realidad inm ed ia ta ; el agnóstico reconoce, tras la realidad pa ­ tente, otra latente, pero se desentiende de ella. El filósofo leal es el qi?a consiente en adm itir esa dimensión latente y prestarle atención. El agnóstico renuncia a descubrir el secreto de las ú ltim as cosas, de las cosas «fundam en tales», y man tiene su m irada fija exclusivamente en «este mundo». Adm ite, pues, Ortega cosas fundam en tales y no fundam en tales: adm ite «este mundo» y un u ltramundo. De «este mundo» se ocupa

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