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78 DIOS Y LO RELIG IO SO . además de su valor de utilidad biológica, tienen un valor en sí» (III, 167). Este adverbio «consecuentemente» está aquí para tapar definiti vam ente un agujero que, a la postre, sigue destapado. ¿Cómo nos justifica Ortega que un producto del sen tim ien to de justicia, de reli gión, al ser puesto en la existencia, adquiera de pronto un «valor en si»? Ortega se refugia, como otros muchos axiólogos, en un mundo ideal, no existente, pero que tuviera consistencia en sí m ismo. En ese caso la función vital serviría para patentizarnos esa idealidad u ltra - su jetiva y que se bastaría a sí m isma. Y no deja de insistir, en este caso con exceso, en la parte de función vital que poseen estos valores. «El cu lturalista se embarca en el adjetivo «espiritual» y corta las amarras con el sustantivo «vida» sensu stricto, olvidando que el ad jetivo no es más que una especificación del sustan tivo y que sin éste no hay aquél» (III, 168). El fundamento de los valores es una idealidad en vez de una realidad en Ortega. La diferencia entre este orbe espiritual y el biológico consiste en que el biológico queda confinado en la utilidad orgánica que sa tis face, y el espiritual se ob jetiva y adquiere un valor en sí, aunque esto no ha de llevarnos a olvidar que dicha objetivación no debe hacerles perder contacto con la vida. Esta distinción, dicho sea de paso, me parece a todas luces insu ficiente y en este punto la doctrina orte- guiana no puede aceptarse sin más. Además, lo religioso ha quedado reducido a ser algo tan exclusi vamente personal, que resulta imposible y anacrónico el m ismo in tento de comunicarlo. Y esto, si no me equivoco, lo afirma Ortega no sólo del acto religioso en cuanto acto su jetivo, lo cual es obvio, sino en cuanto a su m ismo contenido, ya que, por lo visto, carece de con ten ido conceptual y conceptualizable. «Las religiones, como sustan cias transferibles y expansivas, han fenecido para siem pre... Una propaganda de actos de fe es un anacronismo. O tra cosa sería una propaganda con fe de ideas científicas o, por lo menos, precisas» (I, 121). Y un poco más adelante afirm a: «La verdad no tiene otro ca m ino que la ciencia: la fe sólo lleva a creer». Era una época en que Ortega consideraba a la ciencia como la panacea universal, y la ciencia no era solam ente el único cam ino de la verdad, sino que era asim ismo el medio de mejorar a los hom bres: «para hacer hombres buenos hay un m ed io : ciencia» (I, 120). Más adelante, en 1933, su fe en la ciencia había decaído un tan to ; por estas fechas ya con fesaba que la ciencia sola no salva al hombre. Recordará que en su juventud, en A lem an ia, fue educado en el cu l-
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