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76 DIOS Y LO RELIG IO SO . En otras ocasiones la realidad, que en las religiones es objeto de tales actos, queda privada de toda auténtica trascendencia. Y a ve remos más adelante el sentido que Ortega otorga al térm ino «tras cendencia». Son suyas estas palabras nada ambiguas, por cierto: «Es lo cierto que sublimando toda cosa hasta su ú ltim a determ ina ción, llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa : ese núcleo trascientífico de las cosas es su religiosidad» (I, 431). La religiosidad es, pues, una dimensión de las cosas: sólo que a esa dimensión n o llega la ciencia. L a actitud religiosa del hombre, por consiguiente, no consistiría m ás que en captar esa región u ltracien - tífica de las cosas. En tal caso la actitud religiosa del hombre ya no va a consistir en plegaria o culto, sino en seriedad, en respeto ante las cosas. La antítesis no seria el ateísmo, sino la frivolidad. He aquí mundanizado todo ese campo de lo religioso, por el que más arriba se mostró tan respetuoso. Pero no vamos a contentarnos con esta constatación , que volve remos a encontrar m ás adelante cuando nos preguntemos qué es Dios. Tenemos que investigar m ás a fondo esa región de la religiosidad mundana. Para Ortega el origen de lo religioso hay que buscarlo en el hom bre. Ortega ya no es su jetivista ni relativista. Los que le han acusado de ello, confundiendo su jetivismo relativista con perspectivismo, han padecido una equivocación. Pero decir esto no es decir que el pers pectivismo orteguiano haya dado con la razón m eta física decisiva que justifique la esencia absoluta de los valores, en nuestro caso del valor religioso. Aunque tampoco, de suyo, está cerrado a esa explica ción definitiva. Lo verdadero, lo m ismo que lo justo, lo religioso y lo bello, si lo son, lo son para todos y para siempre. «Una justicia que sólo para un tiempo o una raza sea justa, aniquila su sentido. Tamb ién hay un relativismo y un racionalismo en ética y en derecho. Tamb ién lo hay en arte y en religión. Es decir, que el problema de la verdad se generaliza en todos aquellos órdenes que resum imos en el vocablo «cultura» (III, 164). Lo verdadero, lo bueno, lo religioso son norm as que se dan inde pendientemente de nosotros, más allá de nuestra individualidad, al m ismo tiempo que son una función vital. Es ese el doble carácter que ostentan los fenómenos intelectuales y voluntarios y que se en cuentra «con pa reja evidencia en el sen tim ien to estético y en la emoción religiosa... Por una parte son producto espontáneo del su jeto Viviente y tienen su causa y su régimen dentro del individuo orgánico; por otra parte, llevan en sí m ismos la necesidad de some terse a un régimen o ley objetivos. Y ambas instancias — nótese bien— se necesitan mu tuam en te» (III, 165-6).
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