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GABRIEL DE SOTIELLO 75 La vida h a sido vivida h istóricamente h asta el renacim iento como vida religiosa. «Noten cómo ha bastado rozar este punto de la con ­ dición hum ana pa ra que afluyan por sí m ismos a nuestros labios y oídos los vocablos m ás religiosos: dedicación, consagración, destino. Noten al propio tiempo cómo esos vocablos han perdido en la lengua usual su resonancia patética, trascendente, y perpetúan, prolongan, ya trivializada, su existencia verbal» (I X , 14). La edad moderna se caracteriza por el paso de un mundo sagrado, cual lo fue el antiguo y el medieval, a un m imdo profano. Y esa profanidad , ese abandono del destino religioso, trascendente, de la vida hum ana es considerado por Ortega como «chabacanería contemporánea». Concepto de lo religioso. Ortega se opone a que se llame religión a cualquier cosa, hasta a movim ientos que, como el budismo, no creen en n ingún dios. Pero y a aquí surgen algunas dificultades. ¿Qué significa ese retorno a lo religioso, abadonado a través de la edad moderna? En principio sig­ n ificaría sólo el retorno a un plano de ultim idades, fren te a ese otro plano de puras presencias, que culm inó con el positivismo en una total ceguera para todo lo que estuviera m á s allá de los «hechos» que se nos entregan en la experiencia sensible. La filosofía moderna nos dejó con ello en presencia de un mundo relativo, insuficiente. Frente a ese relativismo O rtega partió en busca de lo absoluto. Eso absoluto existe. «Más allá de las culturas está un cosmos eterno e invariable, del cual va el hombre alcanzando vislumbres en un esfuerzo m ilenario e in te­ gral, que no se ejecu ta sólo con el pensam iento, sino con el organismo entero, y para el cual no basta el poder individual, sino que es menes­ ter la colaboración de todo un pueblo. Períodos y razas — o, en una palabra, las culturas— son los órganos gigantes que logran percibir algún breve trozo de ese trasmundo absoluto» (III, 313). Ortega nos hablará — lo veremos más adelante— de lo absoluto que busca la filosofía y que las religiones llam an Dios. Esto nos p lan ­ tea un espinoso problema. Y es que, si sucede que lo absoluto de la filosofía resulta ser algo inm anen te al mundo, la religión m isma tie­ ne que renunciar a una realidad de veras trascendente. En efecto, en las primeras obras aparece lo religioso como una pura proyección del espíritu del hombre hacia lo infinito. Lo que h a ­ rían las religiones era personificar ese absoluto, porque sólo a un ser personal se le tributan los actos que Ortega considera específicamente religiosos. «La religión consiste en un repertorio de actos específicos que el ser hum ano dirige a la realidad superior: fe, amor, plegaria, culto» (II, 493).

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