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96 DIOS Y LO RELIG IO SO . dogmas. De este modo han conseguido, sin pérdida alguna del tesoro tradicional, alumbrar en nuestro propio fondo una predisposición católica, cuya latente vena desconocíamos» (III, 361). Esto se escribió en 1927. El problema religioso de Ortega, a m i parecer, su defección del catolicismo, debió de basarse en lo que en aquel tiempo constitu ía para muchos un callejón sin sa lida : se partía de que ciencia y dogma eran incompatibles, y muchos dejaron el dogma y se quedaron con la ciencia. Ortega, al abandonar el catolicismo, abandonó toda religión. Pero cada vez que en campo católico observaba un noble esfuerzo por hacer ver la perfecta compatibilidad de la religión católica con las exigencias m ás rigurosas de la ciencia, lo recibe con sim pa tía , hasta con una secreta esperanza de recuperar lo perdido. Esto lo podemos constatar ya cuando, en 1908, escribe su s notas al margen del libro de Fogazdaro «El San to». En aquel libro, en el que clam aba por una Iglesia católica que de veras se preocupara por renovar todas las cosas en Cristo, que quisiera hacerse cargo del progreso social, que se renovara en su vida interior en el sentido de una mayor austeridad y sencillez, vio Ortega un esfuerzo muy digno de encomio. «No cabe pedir a la reforma modern ista mayor nobleza». Aunque por aquel tiempo el sen tim ien to religioso quedaba m in im izado hasta hacerlo consistir en mera respetuosidad ante las cosas, lo que él llam a «noble religiosidad de los problemas», veía que el pun to decisivo hab ía que situarlo en la lucha reñida entre la ciencia y la religión, y más con ­ cretamente entre la ciencia y el dogma católico. Sobre este problema Ortega su frió un gran cambio. Primero com ­ prendió que la religión estaba en un n ivel distinto del de la ciencia. El siglo x i x hab ía pretendido unificar los saberes. Todo lo que no se ajustase al patrón de la ciencia no merecía aprecio intelectual. Pero la fenomenología puso de manifiesto que cada conocim iento n o sólo se distingue de otro por el tem a de que se ocupa, sino por el modo de conocim iento de ese tema. La m ism a teología hab ía pretendido ser un tipo de conocim iento sim ilar al de las ciencias físicas. Hablando del ambiente del siglo x i x escribe: «La teología, ciencia de lo divino, anhelaba con voluptuoso a fán ser m anejada como las ciencias hu ­ m anas: quería ser racional y razonable» (IV , 64). Con esa discri­ m inación de los modos de saber pensó que la teología hab ía entrado de nuevo por un cam ino que era el que le correspondía, y ya el con ­ flicto con la ciencia quedaba bastan te orillado. Y vio que la sum a originalidad del catolicismo frente a todas las demás religiones con ­ siste en que separa de manera radical la fe de la ciencia y a la vez postula la una para la otra sin allanar violentamente su fecunda d ife­ rencia. «La fieles quaerens intellectum de san Anselmo es acaso el

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