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GABRIEL DE SOTIELLO 95 el fondo armonioso del cuadro hum ano sobre el cual se dibujan las siluetas individuales, ásperas, nerviosas, enemigas» (I, 520). Dios que­ da reducido a ser un valor colectivo humano. Así pensaba Ortega en 1910. En el segundo texto se presenta la Encarnación como una decisión personal de A lguien, de Dios, que quiere hacerse compañero del hom ­ bre en una experiencia de lo humano. «Es uno de los lados del cur Deus hámo, por qué Dios se hace hombre». Y al aceptar encarnarse, acepta lo m ás rad icalmente humano, que es la soledad. Por eso las palabras de la cruz «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abando­ nado?» son la expresión que más profundam ente declara la voluntad de Dios de hacerse hombre (V II, 107). «Cristo fue hombre sobre todo y an te todo porque Dios le dejó solo» (V II, 108). Jesús aparece sobre el nivel de los grandes fundadores de religio­ nes, Budha, M ah om a : «por encim a de todos Jesús». Las palabras del Señor son citadas siempre con reverencia y elo­ gio, incluso con una cierta emoción , ya desde los primeros escritos. Sobre aquella expresión de «siempre que estéis juntos me tendréis entre vosotros», com en ta : «No creo que haya apotegma más suave, más rico en promesas, m á s significativo de la divina m isión del H i­ jo» (I, 250). O este otro p a sa je : «En él pequeño patio de Oriente se alza dulce y trému la, como un surtidor de fon tana , la voz ungida de Cristo que am onesta : «Marta, M arta , una sola cosa es necesaria». La Iglesia católica. En un principio, cuando todo lo veía bajo el prisma de la cultura, definió a la Ig lesia como un organismo creado por la cultura. Llega a pensar que el catolicismo sólo resu lta eficaz cuando se nacionaliza. Sólo habrían logrado una constitución histórica saludable los pueblos que se hicieron Iglesia propia. En A lem an ia e Ing laterra gracias a la R eform a. En Francia ese resultado habría sido la consecuencia de haber ensamblado el galicanismo medieval con el descreim iento re­ nacen tista . «Con Bossuet a babor y Voltaire a estribor se puede n a ­ vegar». Pero estas fueron peregrinas ocurrencias de sus primeros años de escritor. A medida que madura su pensam iento, el catolicismo es para él motivo de m ás serio estudio y aprecio. El renacer de los estu ­ dios católicos por obra de Scheler — en su época católica— , de G uar- dini, de Przywara que «se han tom ado el trabajo de crear una sensi­ bilidad católica partiendo del a lm a actual», merece sus m ás leales elogios. «No se tra ta de renovar el catolicismo en su cuerpo dogm á­ tico («m odern ism o»), sino de renovar el cam ino entre la mente y los

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