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74 DIOS Y LO RELIG IO SO . el particu lar. Parece claro que hubo una evolución en e l pensam iento orteguiano sobre Dios y lo religioso, aunque resulta arriesgado poner alguna precisión sobre ello. Si el pensam iento de Ortega, como observó agudamente Julián Marías, tiene la interm itencia de los icebergs, esto ocurre superlativamente cuando se trata del tem a religioso. No escatimaré las citas textuales, a fin de que el lector juzgue por sí m ismo y pueda, si lo cree oportuno, ensayar una interpreta ción distinta de la mía. Valoración de lo religioso. La primera afirmación que conviene dejar establecida desde el comienzo es que Ortega se mostró en todo m om en to respetuoso con lo religioso. Y a en la primera época de su vida de escritor, cuando lo religioso cede en él el paso a lo científico, escribió: «Yo no concibo que n ingún hombre, el cual aspire a henchir su espíritu indefinida mente, pueda renunciar sin dolor al mundo religioso: a m í, al menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo» (I, 431). Se queja de la amputación que ha sufrido en su fe católica. La emoción de lo divino ha sido el hogar de la cultura y probable mente lo seguirá siendo siempre. Y es que ser hombre religioso es una de las necesidades constitu tivas de la condición hum ana (IV , 551). El libro de Fogazzaro «El San to », que era una queja doliente por que la Iglesia, a su parecer, hab ía perdido la pobreza que le enseñó su fundador y porque rehusaba aceptar la dirección del progreso social, lo sintió Ortega como una posible abertura y retorno al ca to licismo. Piensa entonces que si la Iglesia inten tara en tab lar una con versación eficaz con la ciencia moderna, y una reform a de la práctica evangélica en el sentido de un volver a una mayor simplicidad y pobreza evangélicas según el espíritu de san Francisco, «¿no podría mos nosotros ser también algún día católicos?» (I, 431). Cuenta por aquellas m ism as fechas que cierto día, en un pasillo del Ateneo, le confesó un ingenuo ateneísta que él hab ía nacido sin el prejuicio religioso. «Y esto me lo decía, poco m ás o menos, con el tono y el gesto que hubiera podido decla ra rm e: Yo , ¿sabe usted?, he nacido sin el rudimento del tercer párpado» (I, 431). Y el elemento religioso, una concepción religiosa del mundo, es aún m ás imprescindible para un pueblo que para un individuo. «Un individuo o un grupo de individuos puede vivir con una concepción del mundo que no sea religiosa, sino, por ejemplo, científica; pero un pueblo como tal no puede tener más idea del mundo que una idea religiosa» (I X , 106).
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