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GABRIEL DE SOTIELLO 89 Dios se nos presenta, finalmente, como supremo objeto y sujeto, con lo cual la idea de Dios habría alcanzado una a ltura y pureza ad­ mirables. «D ios... flo ta, único, en sí m ismo, sin posible naufragio porque es él, a la vez, el nadador y el mar en que nada. Si hubiese dos Dioses se en fren tarían» (V II, 106). Aún más. Esa eternidad de Dios sería la beatitud, un modo de ser que consiste en pura facilidad y que por lo m ism o se opone a la vida en sentido humano, inconcebible sin el elem en to que nos resiste y que al m ismo tiempo nos sostiene. Y ahora nos preguntamos, en presencia de estos pasajes que acabo de transcribir y com en ta r: ¿Se hace Ortega responsable de esas ideas que enuncia o las emplea, tom adas de la tradición teológica, para ilustrar otros pun tos de su pensam iento? Dado caso que las emplee como expresión sincera de su pensam iento, ¿representan diversas fo r­ mu laciones de un m ismo pensam iento o encontramos una evolución hac ia una idea de D ios cada vez m ás perfecta? Me inclino a pensar esto último. O rtega comenzó viendo en Dios un símbolo, una idea general; luego asim iló D ios al hombre, que se crea su propia entidad. F ina l­ mente vio en El, no un ser de infinitas posibilidades, como el hombre, sino de infinitas actualidades, que en un presente de infinita plenitud recopila el pasado y el porvenir. Y ese Dios se basta a sí mismo> en su eterna beatitud. Si se tratase de meras «ilustraciones» no se explicaría tan fá cil­ mente el hecho de que las referencias a Dios en las ú ltimas obras sean cada vez m ás perfectas. El texto m ás definitivo sobre D ios nos sale al paso en el volumen noveno y ú ltim o de su s obras. En él nos dice que para D ios vivir no es existir en un mundo. El no tiene un mundo y el que crea lo crea para el xombre y es el mundo del hombre, no el mundo de Dios. «Por eso Dios no tiene fronteras, lím ites, es ilim i­ tado, infinito. Para Dios vivir es flotar en sí m ismo, sin nada n i nadie ante El n i contra El. De aquí el m ás terrible y el más mayestático atributo de D io s: su capacidad para ser, para existir en la m ás abso­ lu ta soledad. Que el frío de esta tremenda, trascendente soledad no congele a Dios, mide el poder de ignición, de fuego que en El reside» (I X , 209). No solamente se h a elevado en su concepto de Dios y encontramos en sus expresiones un calor, un temblor que en vano se buscarían en las primeras obras. Incluso se advierte una progresiva simpatía por la teología cristiana y más concretamente por el catolicismo. «Esta­ mos hoy obligados a pensar cristianamente la realidad» (I X , 213). Pero de esto m ás adelante. Una ulterior pregunta. ¿Qué situación histórica es la que favorece

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