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8 8 DIOS Y LO R EL IG IO SO .. prerrogativa, hacerle perder autonom ía frente al dom inio de la ló­ gica. Sería un residuo de politeísmo. El hombre, nos dice Ortega, se hace a jsí mismo* y su naturaleza no consiste en otra cosa que en lo que el hombre se h a hecho a sí mismo. (Esto, naturalm en te, no ha de entenderse trivialmente, como si Ortega no admitiese en el hombre nada estable. No se trata de eso. Pero sigamos). Lo grave es que luego aplica a D ios esa teoría sobre el hombre y, utilizando una expresión de Nicolás de Cusa, que llam a al hombre Deus occasionatus, nos dice que el hombre, al ser libre, es creador como Dios, se en tien d e : es un en te creador de su propia entidad. «Pero a diferencia de Dios, su creación no es absoluta, sino lim itada por la ocasión» (V I, 35). Conviene el hombre con D ios en que se crea a sí m ism o : difiere de Dios en que la creación de Dios es absoluta y la del hombre es ocasionada. Si esto se refiriese ún icamente al mundo contingente creado por Dios, no habría dificultad en adm itirlo. Lo grave, como digo, es que lo aplica a Dios que crea absolutamente su propia en ti­ dad. Le sale al paso una frase de san A gu stín : «Deus, cui hoc est na tu ra quod fecerit» (G en . ad litt., VI, 13), y nos dice que una vez m ás n os tropezamos con la posible aplicación de conceptos teoló­ gicos a la condición hum ana. Sólo que en este caso el texto de san Agustín n o tiene en absoluto nada que ver con lo que en él vio nuestro filósofo. San Agustín no pensó nunca que Dios se hubiera «hecho» su propia naturaleza. Habla el santo en ese pasaje de que para Dios todo lo que ha creado, tan to en el curso norm al de la naturaleza como en los milagros, es «na tu ra», natural. La sobrenaturalidad n o se dice respecto de Dios sino respecto de nosotros, de nuestra na tu ra ­ leza. Pero este desliz es lo de menos. Lo que interesa e s que gracias a ello nos dice Ortega cómo está concibiendo a Dios. ¿Qué ha pretendido decir Ortega con ello? De pronto parece que esos textos hacen de D ios un ser potencial, que poco a poco se va realizando, lo m ismo que acaece en el hombre. Sin embargo no es esa la única interpretación. Hay otros textos que n os presentan a Dios como acto puro. Por ejem p lo en éste que transcribo: «El hombre es natural, no tiene naturaleza, no está ascrito a un ser fijo, e s... infinito en posibilidades, como Dios es infinito en actualidades» (IX , 200). Este actualismo absoluto de Dios, compatible con su infinita actividad, se comp leta con otro texto en el que atribuye a Dios la eternidad, que fusiona lo pasado, lo presente y lo fu turo en un pre­ sente absoluto. Para el hombre tener el pasado, al conservarlo, equi­ valdría a un modestísimo ensayo de eternidad, mediante el cual nos asemejaríamos un poco a Dios, ya que tener en el presente el pasado es uno de los caracteres de lo eterno. «Si en parejo sentido tuviése­ mos también el futuro, sería nuestra vida un cabal remedo de lo eterno» (I X , 362).

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