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8 6 DIOS Y LO RELIG IO SO . su presencia está hecha de esencial ausencia: Dios es el que es presente precisamente como ausente, es el inmenso ausente que en todo presente brilla — brilla por su ausencia— , y su papel en este citarlo como testigo que es el juram en to, consiste en dejarnos solos con la realidad de las cosas, de modo que en tre éstas y nosotros no h ay n ada n i nadie que las vele, cubra n i o cu lte ; y el no haber nada entre ellas y nosotros, eso es la verdad» (V II, 145). No garantizo la exactitud de mi exégesis; pero creo que hay aquí aciertos y desaciertos. Es verdad que la presencia de D ios está hecha de esencial ausencia. Dios no es una cosa más que encon tram os en nuestro trato con las cosas. Dios es aquello — m ejor Aquel— que, au sen te, da razón de todo lo presente. Y con la mención de e sta esencial ausencia entroncamos con lo dicho m á s arriba al comentar el texto de «Qué es filosofía». Pero, ¿no insiste tan radicalmente en esta ausencia que corramos peligro de quedarnos con la no existencia? En todo caso, no juzgo exacto el análisis que lleva a cabo de lo que es el juram en to. Dios, en él, hace algo m ás que dejarnos solos con la realidad de las cosas. D ios es una invisible presencia personal, que me obliga a que yo no interponga nada, ni intereses propios ni apasionam ientos, entre lo que veo de la cosa y m i decir de eso que veo. Y por lo m ism o D ios es el que garantiza al otro de que yo voy a decirle la verdad. D ios es presencia velada y por eso es «inverificable». Se a justa más a la rea lidad Gabriel Marcel cuando nos dice que «El Tú (Dios) es el garante de esa unidad que nos vincula, a m í conmigo m ismo, a uno con otro, a unos con otros». Invocamos a Dios como testigo porque no hay otro posible testigo de mi sinceridad m á s íntim a. Ortega propugna una retirada de lo convencional, de los embe lecos e ilusiones en que vivimos inmersos, a la soledad radical con nosotros m ismos. Pero eso es buscar en el hombre, en su fondo más insobornable, la claridad suprema y la garantía, en el m ismo ju ra m ento religioso, de que seremos testigos fieles de esa claridad. ¿Es esto suficiente? La constatación de la insuficiencia del positivismo, y es éste uno de los tem as m á s fértiles de Ortega, nos abre a otras reali dades últimas. Sobre ello debemos a nuestro filósofo unas conquistas sin género de duda valiosas. Rompió el círculo de lo inmediato que ten ía preso al pensam iento de finales del siglo x ix . Toda la filosofía orteguiana es una filosofía de ultim idades, pese a lo que se ha escrito en contrario. Y en nuestros m ismos días su lectura, llevada como es debido y con las oportunas cautelas, serviría para que m uchas m en tes abandonasen el lastre de materialism o y positivismo que no las deja elevarse. Es el suyo un pensam iento abierto a lo trascendente.
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