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82 DIOS Y LO RELIG IO SO . En 1927 ya no aparece claro ese su jetivism o religioso; el acento recae ahora sobre la realidad. Años más tarde escribirá: «Tendemos a proyectar en Dios cuanto nos parece óptimo» (V II, 92). Aunque p a ­ rece decir lo m ismo que en 1915, la d iferencia es radical. Aquí se da por supuesto a Dios y pa ra poder form arnos de El una idea, tenemos que proyectar sobre su esencia lo que nos parece óptimo. Pero no avancem os tan de prisa. Volviendo a 1915, en el ensayo sobre «El Escorial», publicado el m ismo año que «Dios a la v ista», o sea en 1927, leemos que Dios es una idea general. Y es la religión la que .necesitando de un Dios concreto, no sa tisfecha con un D ios abs­ tracto, con un m ero pensam iento, se lanza a im aginar a D ios y a dotarle de los mejores atributos. Y en 1916, la m isma idea : «Y en cuan to a Dios, nombre colectivo que damos a lo que es ilim itado, in­ finito en extensión o en calidad, a cuanto rebosa nuestro poder de medir o prever» (II, 25). En otro lugar tra ta de Dios no como de un objeto ideal, sino como de un su jeto cognoscente; pero ese su jeto cognoscente es sólo un sím ­ bolo de la colectividad hum ana. Viene hablando del conocim iento perspectivista. Cada hombre tiene su puesto incambiable por el de n ingún otro. La sum a de las perspectivas individuales, «este conoci­ m iento de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omn is­ ciencia, esta verdadera «razón absoluta», es el sublime oficio que atribuimos a Dios» (III, 202). Notémoslo b ien : n o se tra ta de que Dios tenga una visión absoluta de la realidad; esto sería hacer de Dios un «viejo racionalista». Dios no conoce nada al margen de lo que conocemos los hombres, no conoce aparte de los hombres. «Su pun to de vista es el de cada uno de nosotros: nuestra verdad parcial es también verdad pa ra D io s... Sólo que Dios, como dice el catecismo, está en todas partes y por eso goza de todos los puntos de vista, y en su in fin ita vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes» (III, 202-3). Pero desde el momento en que los hombres, aun sumados, seguimos siendo seres individualmente distintos, la sum a de las visio­ nes de los hombres no pasa de ser una idea general. Su unidad es un símbolo y n o un Dios personal. D ios se convierte en «el símbolo del torrente vital». Al pasar por El el universo, ese universo queda «consagrado, es decir, visto, amado, odiado, su frido y gozado». Aquí Ortega lo que ha hecho es valerse de un léxico religioso para expresar una realidad estrictamente hum ana, mundana. Ese Dios tiene necesidad del h om ­ bre y si uno de nosotros deja de cumplir su m isión de claridad y co­ nocim iento en este mundo, es Dios el que queda defraudado, porque a esa suma de perspectivas le fa lta lo que nosotros estábam os llam a ­ dos a realizar. Podrían sumarse otros textos. Por ejemplo, cuando llam a a D ios «símbolo del m ovim ien to cósm ico».

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