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A L E JA N D R O D E V IL L A L M O N T E 11 En relación con esta teofanía está el c a r á c te r escato lóg ico que lleva consigo toda predicación. Podría señalarse varios motivos. Pe­ ro sobre todo por esto: porque al tener lugar el acontecimiento salví- fico de la proclamación del kerigma, la antigua «situación» del hom­ bre queda liquidada y es transportado a un nuevo modo de existir. Liberado del tiempo profano, el hombre entra en el tiem p o u oportu­ nidad de salud. Lo que va a suceder el día definitiva y absolutamente último de la historia del hombre, el juicio regurosamente escatológico de Dios, ya se inicia ahora, en el instante este en que se oye la pre­ dicación. De aquí la hondura y seriedad con que al hombre se le exige una decisión y entrega al mensaje evangélico. Este sentido escatoló gico va implicado en el «juicio de Dios» que tiene lugar cuando se predica, según hemos dicho. 4. L a ’’m is ió n " de D io s en e l p re d ic a d o r. La tarea de pregonar el evangelio, de momento y para el observa­ dor natural, puede parecer un quehacer meramente humano. Sobre todo en el ambiente grecorromano en que se movió Pablo, surcado con frecuencia por predicadores ambulantes portadores de los más diver­ sos mensajes de salvación. Lo que hace que la actividad kerigmática de un hombre se trasforme en un cometido auténticamente sobrena­ tural e incluso en acontecimiento salvífico es la «misión de Dios». Como efecto de la ’’misión”, la palabra y su pregonero humano dejan de serlo y se trasforman en palabra de Dios y en heraldo del Gran Rey, cuando Dios «envía» al hombre y pone en boca de éste su propia palabra. Todo a lo largo de la Sagrada Escritura aparece reiteradamente esta importancia que la «misión» tiene para comprender el alcance salvífico de la predicación. Ya en el A. Testamento la vocación-llamamiento, «misión» de Dios, aparece claramente subrayada como elemento esencial en la vida del p r o fe ta . Por vía de ejemplo podemos recordar algún texto de Jeremías, sin duda el profeta del A. Testamento más poseído de esta su m is ió n divina y el que más pudo influir en Pablo: «Llegóme la pa­ labra de Yahvé que decía: antes que te formara en las entrañas ma­ ternas te conocí; antes que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos. No digas: soy todavía un niño, pues irás donde te envíe yo y si hablas dirás lo que yo te mando. Mira que yo pongo en tu boca mis palabras» (Jer. 1, 4-10; 17-19). Dios no puede menos de airarse contra los que se dicen enviados por El sin serlo, profanando su nombre (Jer. 14, 14 ss.; cf. 23, 1-37). También merece recordarse la vocación de Isaías, escrita con los rasgos de una

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