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8 T E O L O G IA D E LA P R E D IC A C IO N E N S A N P A B L O El que la predicación sea un hablar de Dios, no impide que sea también palabra de hombre, del Pablo apóstol y ministro de Dios. Un mismo evangelio es evangelio de Dios, de Cristo y de Pablo 7. Dios se revela y simultáneamente se oculta tras la palabra de su enviado. Sólo la fe puede discernir que aquella palabra que sale de la boca de un hombre es también salida de la boca de Dios. 3. P ro-piedades de la p re d ic a c ió n e n c u a n to ’’p a la b r a de D io s". Al entrar la predicación en la categoría de palabra de Dios, es na­ tural que participe de las propiedades que son inherentes a la pala­ bra de Dios: La Buenanueva que predicó Pablo es palabra de verdad (Ef. 1, 13; 2 Tim. 2, 15). Palabra de vida (Flp. 2, 16; cfr. Hb. 4, 12; I Pet. 1, 23). Palabra de reconciliación (2 Cor. 5, 17-19). Es fuerza de Dios para los que se salvan (I Cor. 1, 18; I Tes. 2, 13). Todo esto po­ díamos resumirlo diciendo que la predicación se reviste de toda la eficacia que tiene la palabra de Dios. L a p a la b ra de D io s es u n a p a la b ra -a c c ió n . Cuando sale de la boca de Dios nunca es estéril sino que cumple su obra (Is. 55, 10 ss.). Porque viviente es la palabra de Dios y obradora y más tajante que una es­ pada de dos filos y penetra hasta las coyunturas del alma y del espí­ ritu» (Hb. 4, 12-13). Ella es creadora en sentido riguroso, no sólo al principio cuando dirigió su llamada a las cosas que no eran y las hizo ser (Sal. 33, 9), sino en toda ocasión. La razón última de esta eficacia hay que buscarla en que la palabra es signo y expresión de una vo­ luntad de querer, de una decisión de la voluntad que quiere, puede y hace. Por esta razón la predicación más que un d e c ir es un hacer de Dios en el hombre, un acontecimiento. Podríamos decir que es Dios mismo en acción de salvar y de dar vida al que cree y de dejar en la muerte al que oye y no cree. Cuando el predicador pregona el evan­ gelio de salvación ocurre necesariamente algo nuevo: El hombre a quien se dirige ya no puede seguir siendo el mismo. Por una parte deja de tener una mera existencia natural, puesto que ya ha sido colocado, por fuerza de la palabra, en relación viviente, nueva y dis­ tinta ante Dios. Introducido el hombre en el campo de acción de la palabra, inevitablemente es transformado en un hombre distinto. 7. Además de los textos citados pueden verse estos otros, que no será necesario comentar más detenidamente: I Tes. 1, 8; Tes. 8, 1; 1, 8; I Tes. 2, 2, 8; Cor. 13, 3; Flp. 1, 4; 2, 16; I Cor. 14, 36; 2 Cor, 2, 17; 4, 2-4; Coi 1, 25; 3, 16; I Tim. 6, 3;: I Cor. 2, 4; Rom. 2, 16; 16, 25; Tes. 2, 14; 2 Tim. 2, 8. Véase H S c h l i e r , Wort Gottes, pp. 12-13.

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