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A L E JA N D R O D E V IL L A L M O N T E 27 tituido ministro según el don de la gracia de Dios, que me fue dada según la energía de su poder. A mí, el más pequeño de todos los santos, me fue otorgada esta gracia, la de anunciar a los gentiles las insondables riquezas de Cristo» (Ef. 3, 1-8 y ss.). «Yo fui hecho minis­ tro por la disposición de Dios que me fue dada en orden a vosotros, de anunciar cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que ha estado escondido desde el origen de los siglos y generaciones, más ahora manifestado a los santos..., del cual yo, Pablo, fui constituido ministro» (Col. 1, 25-26). (Este misterio es) «Cristo en vosotros... al cual nosotros anunciamos amonestando y enseñando a todo hombre» (Col. 1, 25-27). Pablo, como m in is tro (diákonos) del misterio y su pregonero está incorporado al mismo misterio. Desde la eternidad, cuando el Padre tomó su decisión amorosa y la reservó secretamente en su corazón, ya estaba allí, ante todo, Cristo, en quien el misterio se revela. Pero, también Pablo, pregonero del misterio de Dios en Cristo. No es, pues, el predicador del m is te rio un mero elemento externo que lo proclama quedándose él fuera: es un eslabón en la cadena de esta misteriosa historia de amor salvíñco del Padre a los hombres. El predicador, tal como se ve a sí mismo Pablo, es un agente activo, internamente incorporado al Misterio de Cristo. Porque el Misterio no es una rea­ lidad que es y luego se pregona, sino que el ser pregonado es una parte esencial de esta misma realidad que llamamos misterio. Más adelante volveremos a encontrar esta misma idea bajo otros aspectos. De momento vamos a seguir determinando más en con­ creto las relaciones de la predicación con Cristo, con el m is te rio de C ris to . A) L a p re d ic a c ió n v ie n e de C ris to . — La predicación tiene res­ pecto a Cristo una primera relación de o rig e n . Esta relación la ex­ presa frecuentemente Pablo por medio de la fórmula «evangelio de Cristo, del Señor» u otras similares (I Tes. 1, 8 ; 2 Tes. 3, 1; I Tes. 3, 2; 2 Tes. 1, 8 ; Col. 3, 16; Rom. 15, 19). La fórmula tiene variedad de matices que conviene distinguir. Ante todo se debe advertir que Pablo nunca habla de Cristo como de un Maestro suyo en la enseñanza del Evangelio. Pablo no aprendió el cristianismo recibiendo lecciones a los pies de Cristo, como a los pies de un gran rabino. Este modo de hablar es desconocido para Pablo. Para él Cristo no es precisamente el Maestro, es algo más hondo: Cristo es la realidad. Se gloría de no saber más que a Cristo y éste crucificado (I Cor. 2, 2). Todo lo que Pablo sabe sobre Cristo no lo ha recibido por enseñanza magisterial de ningún hombre (Gal. 1, 12), ni siquiera por enseñanza magisterial del mismo Cristo. Recibió

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