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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 23 pregonando la Buenanueva de salvación (Hech. 1, 5; 8 ; 2, 1-13). Y luego está presente en todos los momentos importantes de la vida de la joven Comunidad (Hech. 6 , 1-7; 8 , 14-17; 10, 44-48; 15, 28). También Pablo está dirigido por el Espíritu en su actividad misio­ nera (Hech. 13, 2; 16, 6 ). El testimonio más personal de las cartas nos confirma en la idea de esta profunda presencia del Espíritu en la actividad kerigmática del Apóstol. El habló a los Corintios, no con palabras de sabiduría hu­ mana, sino con palabras aprendidas del Espíritu (I Cor. 2, 10-16); aprendidas del Cristo glorioso y neumatizado a quien Pablo pregona. El Espíritu es quien da a Pablo el «sentido de Cristo» para predicar (I Cor. 2, 16). Por eso su predicación no se apoya en fuerza persua­ siva de la elocuencia humana, «sino con demostración de Espíritu y de fuerza» <1 Cor. 2, 4). Todo ello en conformidad con la doctrina general de Pablo, de que todos los carismas que se dan a la Iglesia para su edificación son obra y donación del Espíritu de Cristo (I Cor. 12. 13. 14). En las cartas de la cautividad se presenta Pablo como el gran pregonero del m is te rio del Padre, que decidió salvar a todos los hombres en Cristo. Pero, el Padre le ha revelado a Pablo el misterio por medio del Espíritu (I Cor. 2, 10; Ef. 3, 5). Cristo glorioso y triun­ fador es quien, al subir al cielo, ha derramado sus dones sobre los hombres para hacerles profetas, doctores, evangelistas, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo (Ef. 4, 7-12). Tan absorbente es la actuación y presencia del Espíritu en la actividad misionera de Pablo, que la llama taxativamente «ministerio del Espí­ ritu» = diakonía pneumatos (2 Cor. 3, 8 ): Bajo la fuerza del Espíritu, predica el Espíritu para crecimiento del Espíritu de Cristo. F id e lid a d , a l m e n s a je . Trasformado el profeta en «enviado», instru­ mento, ministro y servidor de Dios, lo que al dispensador se le exige principalmente es la «fidelidad» al Señor a quien sirve y a las rique­ zas de que es dispensador. Si le consideramos como testigo, también la fidelidad es la cualidad que se le ha de exigir, en primer término, al pregonero del evangelio: «lo que en los dispensadores se busca es que sean fieles» (I Cor. 4, 2). El predicador debe pregonar el evangelio, en ello va su destino eterno. ¡Ay de él si no evangeliza! (I Cor. 9, 16). Pero, debe hacerlo con tal subordinación al querer y mandato de quien le envió que, en realidad, pueda decir que su palabra no es suya, sino de aquel que le envió (Jn. 7, 16). Pablo es «colaborador» de Dios. Por eso su sabiduría de arquitecto prudente está en edificar sobre un fundamento ya dado, que es Cristo Jesús (I Cor. 3, 9-15). Podrán otros poner diversos temas de predicación, fruto de una res­ petable meditación sapiencial humana. Pablo no quiere predicar más

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