PS_NyG_1965v012n001p0003_0043

2 0 T E O L O G IA D E LA P R E D IC A C IO N E N S A N P A B L O más sublimes. Nada de eso. P a b lo , para citar el ejemplo más visible, tiene una seguridad completa del origen rigurosamente divino de su evangelio. También es de Dios el impulso a predicar. Sólo el querer y mandato del Padre, la caridad de Cristo y la fuerza del Espíritu logran poner a Pablo en acción. Fuera de eso el predicar sería una locura: «Si loqueamos, es por Dios, si nos damos aires de juiciosos, es por vosotros; porque la caridad de Cristo nos constriñe» (2 Cor. 5, 13-14). Nunca Pablo quiere hablar por propia cuenta y riesgo. No le importa los juicios de los hombres, sino el juicio de Dios y de Cristo en cuyo nombre actúa: «Por que Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo y nos ha dado a nosotros el ministerio-servicio de la reconciliación (2 Cor. 5, 19). E l p re d ic a d o r com o ’’m á r tir -t e s tig o ’’. La misión divina trasforma al enviado en «mártir-testigo» de Dios y de Jesucristo. La tarea de pregonar el evangelio es inseparable del «testimonio-martirio» por la verdad. Merece subrayarse este aspecto del predicador evangélico, tal como es presentado en la Sda. Escritura, especialmente en san Pablo. Juan el Bautista es testigo (mártir) a favor de Jesús (Jn. 1, 19, 32, 34; 3, 28 ss.; 5, 31-37). Para designar la predicación de Jesús el cuarto evangelio utiliza con frecuencia la palabra «testimonio» : El predicar de Jesús es «dar testimonio», testificar la verdad (Jn. 18, 37). También los apóstoles son llamados y enviados por Jesús para dar testimonio de la verdad, ser testigos de Jesús en Jerusalén y hasta los confines de la tierra (Hech. 1, 8 ). El testimonio de Jesús descansa sobre lo que El vio en el Padre (Jn. 3, 31-37). El de los apóstoles sobre lo que ellos vieron, oyeron y palparon acerca del Verbo de vida (I Jn. 1, 1 ss.; Hech. 1, 22, 32; 5, 32). A diferencia del simple pregonero que proclama Tin men­ saje, el te s tig o se siente personalmente comprometido en el mensaje que propone. El testigo es un «testimonio» y documento viviente, que acredita la verdad de lo que dice. Pero, el testimonio de los predicadores no sólo se extiende a la función de «testigos», en el sentido más corriente de la palabra, han de ser también «mártires» en la acepción que damos a la palabra en el lenguaje religioso actual. La disposición interior al «martirio» y el martirio mismo de hecho, son inseparables de la misión profètica, del «munus propheticum», de la función de «predicador». Ya desde el A. Testamento el dar la vida por el mensaje predi­ cado, el ser m á r t ir , aparece como destino inseparable de los grandes profetas. Especialmente aleccionador es la vida de Jeremías y el destino del Siervo de Yahvé, de que nos habla Isaías. Da su vida

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz